Top 10

En construcción.


Top 10 Muertes Graciosas

Número X. Sepultada en poliespán

Máster: Oberyn Sabat
Asesina: Aditu
Víctima: Lady Khaleesi
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“Ha sido lo mejor” —pensaba Lady Khaleesi mientras regresaba a sus aposentos—. “No somos nadie para ir condenándonos entre nosotros, se supone que ninguno debería ser superior a otro”. Dentro su habitación una inmensa caja la esperaba, una caja que jamás había visto. En el lateral ponía SEUR, y estaba cerrada con metros y metros de cinta aislante. Khaleesi la quitó mientras su desesperación aumentaba. Toda esa cinta se le quedaba pegada en los dedos, y era difícil quitársela de encima, porque si la tocaba con la otra mano se le quedaba pegada en esa. Lo estaba pasando verdaderamente mal. No entendía a los de SEUR, ¿para qué ponían tanta protección?
Sin embargo, lo peor aún estaba por llegar. Una vez abierta la caja, con todos los brazos llenos de cinta aislante, el papel de burbuja se lanzó sobre ella. Más y más papel de burbuja salía de la caja.
—Pero bueno —murmuró Lady Khaleesi— ¿qué coño me han mandado aquí? Una bomba nuclear por lo menos. Vaya esmero.
El papel de burbuja ocupaba tres cuartos de la caja. Khaleesi estaba sufriendo como nunca. Las burbujas se adherían a la cinta aislante que a su vez estaba pegada a su cuerpo. Empezaba a parecerse a Michelín, y eso no lo soportaba.
Gimoteando, consiguió sacar todo el papel de burbuja de la caja, descubriendo una última sorpresa. Había poliespan.
—¡¿Por qué?! —lloraba Khaleesi desconsolada—. ¿Quién me tortura de este modo? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?
Cuando todo parecía perdido para la Musa de la Belleza, logró intuir una figura marrón. Ahí estaba, era el verdadero contenido de la caja. Khaleesi tomó la figura entre sus manos y vio que se trataba de una pequeña estatua que pretendía imitar su belleza.
—¡No! —gritó Khaleesi completamente devastada—. ¡Tanta historia para este cacho mierda! —la desazón invadía su corazón.
De repente, el poliespan empezó a salir de la caja por voluntad propia. Kilos y kilos de poliespan volaban por toda la habitación. Khaleesi lo miraba divertida, al menos eso tenía su gracia. Sin embargo, enseguida se percató de lo que sucedía:
—Voy a morir enterrada en poliespan —dijo con los ojos muy abiertos—. Y yo sin arreglar.

Al turno siguiente…

Mientras el resto combatía contra la Locura de Shagga, Khaleesi había perdido toda esperanza. Moriría en ese cuarto, con los brazos llenos de cinta aislante y papel de burbujas, con el cabello enredado en poliespan. Era una muerte cruel para la Musa de la Belleza, pero al menos no la habían magullado, eso lo agradecía. Haciendo uso de sus últimas fuerzas e intentando desplazarse a través del poliespan, Khaleesi tomó su última decisión.
—Ya que voy a morir —murmuró— que al menos cuando me encuentren esté en una pose dramática, así como una mártir, o como una diva. Sería terrible que me encontrasen ahí tirada, sin más y con cara de mema.
Khaleesi puso una mano sobre su frente y la otra sobre su pecho. Cerró los ojos y puso gesto de tragedia. El poliespan tardó unas horas en cobrarse su vida, horas en las que Khaleesi se durmió, se movió y perdió su postura dramática.


Número X. El suicidio del Alguacil

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Linchamiento
Víctima: Theon
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Lauerys entró en el ayuntamiento de Bélenos. Lucía un vestido entallado de color azul intenso. De su espalda parecían brotar pequeñas mariposas de tela que aleteaban de forma imperceptible, aunque esas mismas mariposas le permitían desplazarse sin tener que molestarse en caminar. Theon, desde su silla, la miró por encima del libro que leía.
—Joder, Lauerys, los pavos reales se avergüenzan de su simplicidad cuando te ven pasar.
La Sastre estaba acostumbrada a esos comentarios, sobre todo si provenían del Alguacil.
—Quería preguntarte algo acerca de Mr Lann.
—Murió —dijo el Alguacil sin darle tiempo a formular la pregunta—. Le metieron la cabeza en la fragua. Luego invocó un ejército de armas y se cargó a… —Theon dudó—. Al que volaba, no recuerdo su nombre. Creo que era el hijo del Herrero.
—Del Arquitecto —corrigió Lau—. Kvothe.
—Ah, claro, el Herrero era Mr Lann —comprendió Theon—. Pues sí, se cargó a Kvothe. Encontramos el cuerpo hecho trizas, todo muy desagradable.
La Sastre tosió.
—Lo que quería saber es si…
—NUE ha estado fatal estos días porque estaba enamorado de… —Theon volvió a dudar—. Del que volaba, que no recuerdo su nombre.
—Kvothe —repitió Lau.
—No, NUE. NUE lloraba de lo lindo, me lo contó Madelaf, que es una chismosa. Lo gracioso es que precisamente ella está completamente desesperada porque NUE no le hace caso. Es que ella está enamorada de NUE. Pero él todavía ama a…
—Kvothe.
—Que no, que no sé quién es Kvothe, que estoy hablando de NUE.
—Vale, Theon. ¿Y sabes dónde está el cuerpo de Mr Lann? —preguntó la Sastre de carrerilla antes de que el Alguacil volviese a interrumpirle.
—¿Cómo que si sé dónde está el cuerpo de Mr Lann? —preguntó el Alguacil arrugando el ceño.
—Que si sabes si fue enterrado o… No sé, que si sabes qué fue de él.
—¿Pero Mr Lann está muerto? —se sorprendió.
Lauerys le miró un instante con la boca abierta sin pronunciar palabra.
—La verdad es que no sé por qué he pensado que tú podrías contestarme a esto —reflexionó la Sastre—. Ni a nada, en realidad.
—¿Qué insinúas?
—No insinúo nada. Gracias por tu no ayuda, Alguacil —se despidió Lauerys.
—¡NO! ¡Quieta ahí! —exclamó Theon levantándose de su silla y señalando a la Sastre con un dedo—. Dime. Qué. Insinúas —dijo pausadamente, pronunciando cada palabra por separado.
Alek, el Mozo de Cuadra, entró en el ayuntamiento.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó alertado por los gritos.
—Que cuando Jyggalag se esconde, Sheogorath asoma —comentó Lauerys sin prestar oídos a las órdenes del Alguacil—. Suerte con él.
La Sastre abandonó la estancia, dejando tras de sí a Theon y Alek.
—Me ha gustado el vestido que llevaba hoy —comentó el Alguacil recuperando su asiento y aparentemente mucho más calmado—. Era bonito. Ella es bonita.
—Lo es —asintió Alek—. Que vaya bien, Theon.
El Mozo de Cuadra también abandonó la estancia. Theon se quedó solo mirando a la puerta por la que Lau y Alek acababan de salir.
—“Lo es” —dijo el Alguacil imitando la voz del Mozo de Cuadra—. ¡Pues es mía! ¿Me oyes? ¡MÍA! ¡Y como te acerques a ella te arrancaré los intestinos y saltaré a la comba con ellos!
El Alguacil se acomodó en la silla y trató de seguir leyendo como si nada hubiera pasado. Sin embargo, Tajuru entró en el ayuntamiento y le interrumpió.
—Eres la cuarta persona que me interrumpe esta mañana, ¿sabes? Empiezo a estar un poco harto.
Theon cogió un abrecartas que había sobre la mesa y se lo clavó en el cuello, desplomándose ipso facto sobre la silla. La Boticaria presenció la escena con incredulidad.
—¿Theon?
—¡Tajuru! —gritó el Alguacil—. Menos mal que estás aquí, alguien me ha apuñalado. Creo que me muero.
—Suele pasar cuando te clavas abrecartas en el cuello —comentó Tajuru.
—Sálvam… sálv… Sal de aquí, por favor, quiero seguir leyendo.
Tajuru se encogió de hombros y salió del ayuntamiento. Theon murió a los pocos minutos.


Número X. La chica del pene de goma

Máster: Sansalayne
Asesino: Tremal Naik
Víctima: Serenere
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La persona que había asesinado a Serandal se apresuró a salir a patio de luces y saltar el muro, hacia el patio de la antigua carnicería.
- Hoooola, ¿hay alguien? Me he olvidado mi Magic Cock. Ahora que no está Val, tengo que cuidarlo, que a mí me da vergüenza ir a un sex shop. ¿Hola? ¿Serandal?
Al no recibir respuesta, se puso a buscar entre las mesas su vibrador, pero no aparecía por ningún lado. “Espero que no haya ido a la basura”, pensó. Se metió detrás de la barra y se puso a rebuscar en el cubo. Allí no había bolsa siquiera. Cuando se irguió vio a alguien al otro lado de la barra.
- No sabía que teníamos nueva camarera.
- ¡Qué gracioso! He venido a buscar mi pene.
- Interesante. Me parece que ahí lo veo – dijo alguien, señalando un estante debajo de la cafetera. Serenere se dio la vuelta y se agachó, momento que alguien aprovechó para sacudirle un “penazo” en la nuca, y Serenere cayó desmayada. Ese alguien arrastró a la vecinita fuera de la barra y, con un arma más dura que el pene de Serenere, un servilletero marca ACME, empezó a darle en la cabeza hasta que comprobó que no respiraba. Una vez que vio que estaba muerta, le colocó el Magic Cock en la mano.
- ¡Uy! Si estaba aquí –dijo con ironía; apagó la luz y salió del bar.
Unos minutos después entraron personas en el bar:
- Te digo que la he visto entrar. Venía a buscar el pene de goma. Es el momento de acabar con ella – se susurraban cuando, al dar la luz, vieron el cadáver de Serenere tendido en el suelo otra vez sanguinolento del Bar Sinson.


Número X. Muerte a golpe de spoiler

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Cerandal
Víctima: Theon
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Theon ultimaba algunos detalles antes del cierre de la librería. No estaba acostumbrado a hacerlo puesto que generalmente eran Esk y Madelaf las encargadas, pero ambas habían decidido ir al hospital a ver a Ellaria. La contabilidad le aburría soberanamente, pero si quería que las cuentas cuadrasen no le quedaba más remedio. Mientras hacía números, el timbre de la librería sonó. Había echado la llave por dentro y colocado el cartel de “Cerrado” por fuera, por lo que no le prestó atención alguna. Sin embargo, el timbre volvió a sonar una y otra vez, cada vez más insistentemente.
- ¡Que está cerrado coño! ¿Es que no sabes leer? – gritó Theon exasperado.
Como respuesta obtuvo un nuevo timbrazo. Theon cogió un bate de béisbol que guardaba en la trastienda como recurso provisional antiamenazas y se dispuso a abrir la puerta con la intención de amedrentar a quienquiera que fuese el gilipollas que le estaba molestando. Sin embargo, al abrir la puerta tan solo encontró un paquete sobre el suelo. Miró hacia ambos lados de la calle. Mucha gente transitaba la calle en ese momento, pero nadie parecía reparar en la tienda. Theon cogió el paquete con desgana y se dirigió a la trastienda para abrirlo. Con el tintineo de las campanillas de la puerta se percató de que no había cerrado la puerta. Se resignó ante un posible cliente.
- ¡Ya va! Deme un minuto.
El paquete iba envuelto con papel regalo. Bajo un doblez asomaba un pequeño sobre de color naranja. Theon abrió el sobre y leyó la nota que había en su interior.
Se te olvidó esto. No hace falta que me des las gracias.
Un saludo,
Oberyn.

Theon se alarmó. “¿Oberyn? ¿El mismo Oberyn que había estado casado con Ellaria? No es posible. Oberyn no puede haberme enviado esto. Estoy seguro de ello”. Sin más dilación rasgó el papel de regalo. Antes de abrir la caja se percató del olor nauseabundo que ésta despedía. Un leve chasquido le hizo recordar que un cliente le estaba esperando. Decidió atenderle antes de abrir la caja por lo que pudiese pasar, pero cuando salió a la entrada de la tienda no había nadie. Esta vez ser cercioró de echar la llave para que no le interrumpiesen de nuevo. Se dirigió a la trastienda de nuevo y destapó la caja sin el menor atisbo de duda. El cerebro de Symon estaba dentro. Theon lo miró y sonrió. Una sensación contradictoria le recorrió el cuerpo, pero no le dio tiempo de saber qué era exactamente. Algo le golpeó con virulencia en la nuca y cayó inconsciente.
- Te creías muy listo, ¿no, Theon? Te creías que tus crímenes te saldrían baratos. ¡Pues jódete! No eres el más listo. ¡Por fin no eres el primero de la clase!
Fuese quien fuese le siguió golpeando en la cabeza al ritmo de una especie de cántico que decía “¡Spoilers, spoilers!”. Cuando la cabeza de Theon quedó reducida a poco más que un amasijo de vísceras rosadas, soltó el ejemplar de “A Dance with Dragons” con el que había arrebatado la vida de Theon.
Antes de marcharse de la librería, cogió la caja con el cerebro de Symon y la tiró a la papelera.


Número X. Te estoy viendo

Máster: Aditu
Asesinos: Wind y Symon
Víctimas: Symon y Loboct
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—Symon, te estoy viendo.
—Me da igual.
—¿En serio?
—Si, me da igual. No se lo vas a poder contar a nadie, troll.
—Ya, peor no sé, es cuestión de estilo, ¿no crees?
—Ni estilo ni leches. Muereeeeeee!
Symon decapita a loboct y procede a colgar su cuerpo de una seta. Cuando ya se iba con la cabeza de loboct bajo un brazo alguien le acuchilla por detrás.
—Uy, perdón Symon. Me he tropezado y te he clavado repetidamente este cuchillo, pero no era mi intención.


Número X. Quiero ser Miley Cyrus

Máster: Aditu
Asesino: Linchamiento
Víctima: Wind
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—Mira, un pingüino.
—No, Taju, eso no es un pingüino, es Wind vestido de esmoquín. ¿Por qué vas de esmoquin?
—He decidido salir a dar una vuelta ahora que Val ha dejado el asunto de Aditu atrás y nos deja movernos libremente.
—Ya, ¿pero por qué vas de esmoquin?
—Porque voy a salir…
—Eres un hado. ¿Por qué vas de esmoquin?
—¿Qué eres? ¿La abogada de la moda?
—No, solo quiero saber porque llevas esmoquin…
—¡Por qué tengo una entrevista de trabajo! ¿Contenta? Estoy harto de ser el hado del viento, ¡quiero ser Miley Cyrus!
Dicho esto Wind deja a Nalibia a cuadros y es devorado por un gato en cuanto sale del Poblado.


Número X. Mi primer suicidio

Máster: Sansalayne
Asesino: Mr Lannister
Víctima: Mr Lannister
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Número X. Avestruces con puñales en el pico

Máster: Eleuve
Asesino: Candón_stark
Víctima: Aleksandr Nevski
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Aleksandr Nevski, como buen informático que era, estaba probando su nuevo iPad que le había llegado ese mismo día en un paquete especial desde Estados unidos. Le encantaban esos cacharros a pesar de que el sistema operativo no era de lo mejor y él prefería Android pero según su filosofía, siempre hay que conocer todas los nuevos aparatos para opinar e incluso se puede llegar a aprender de ellos. El problema se encontraba en que no cogía WiFi desde su cuarto desde hacía un rato. Como se moría de ganas por probar la tableta, salió en dirección al patio, que es donde mejor conexión había. Fue recorriendo los pasillos observando atentamente si conseguía más señal pero no paró hasta que llegó al patio donde encontró una red encriptada. Como él se sabe todos los truquillos la consigue desbloquear en un rato y se sienta en el suelo a navegar por internet e intentar descargarse aplicaciones.
Llega un momento en que está tan absorto que no se da cuenta de que tiene tras de sí a 23 avestruces con cuchillos atados a los picos. A pesar de su inmenso tamaño, estos son increíblemente silenciosos y Aleksandr no les percibe hasta que uno de ellos, atraído por la hipnótica luz de la pantalla, da un picotazo tan brusco que el cuchillo atraviesa la pantalla. Impresionado, el joven mira hacia atrás y cuando lo ve, no es capaz de creérselo. Mientras, otro de los avestruces se ha acercado a inspeccionarle y da un picotazo que le provoca una herida en el brazo.
- ¡Ah! ¡Me has hecho daño!
Pero los animales están se han alertado y uno tras otro van a atacar al informático. Aunque el intenta huir, es rodeado y atacado cada vez con más fiereza. Aleksandr Nevski murió de una puñalada en el corazón tras una larga agonía.


Número X. Muerte por Troll de las Cavernas

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Linchamiento
Víctima: Antares
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La noche en la que Cerandal asesinó a Sansalayne iba disfrazado de Poppy Fresh. Como Daniel le había visto perpetrar su crimen, no fue muy difícil que al día siguiente encontrasen el disfraz. Junto al disfraz, los cadáveres de Shagga y Eleuve parecían ya mojama. Sansalayne aún estaba lozana. Kerensky se arrimó a su cadáver y, mientras el resto increpaban a Cerandal, se lo llevó a su habitación. Podría hablar largo y tendido de lo que hicieron juntos, porque ese momento fue el inicio de una bella historia de amor, pero esta noche hay demasiados muertos y demasiada destrucción como para ponernos a hablar del amor entre un cadáver y un excadáver.
No había duda de que Cer era el malo de la película, y pese a que a esa gente le encantaba linchar a gente inocente, no podían obviar los datos presentados por Mr Lannister y su hermano zombi.
—¿Cómo matamos a este? —preguntó Sobiropi—. Es que veréis, salvo Daniel, que es muy majo, no me suelen decir cómo matar, y mi nivel de patetismo e idiotez ya ha llegado a límites insospechados. Admito que lo del combate Pokemon estuvo chulo, pero ya me quedo sin ideas. Pensad que después del linchamiento tengo que cargarme a unos cinco más sin ninguna directriz.
—La verdad es que tienes un curro jodido —dijo Nalibia.
—Y tanto —estuvo de acuerdo Sobiropi—. En fin, Cer, perdóname que te mate a lo cutre.
Sobiropi sacó un arco y un pato de goma. Armó el arco con el pato y…
¡OH DIOS MÍO! ¡QUÉ ES ESO QUE SE ACERCA POR ALLÍ!
—¡Tienen un troll de las cavernas! —alertó Ned Stark.
Gandalf, los hobbits, Aragorn, Legolas y Gimli se prepararon para luchar.
Pese a atrancar la puerta de la sala en la que estaban, el troll consiguió abrirse paso.

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—¡No me comas! —gritó Cerandal.
El troll se dirigió directamente hacia Antares y le bajó los pantalones. Acto seguido le quitó el pato de goma a Sobiropi y se puso a azotar a su víctima. Antares corrió y corrió, pero no pudo escapar del troll. El pobre Antares murió troleado.


Número X. Aditu salvaje cayó debilitada

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Linchamiento
Víctima: Aditu
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Tras unos días en los que los presos habían sido los dueños de la prisión, la policía se había percatado de la situación y había tomado cartas en el asunto. Dada la peligrosidad de los sujetos en cuestión, habían enviado un ejército de monos ninja para que acabaran con el caos que esa panda de chalados había generado. Aditu estaba muy emocionada con la idea.
—¡Monos! Siempre he tenido una conexión especial con los monos, y con los monos ninja más aún. Me hice amigo de uno en un zoo.
—No perdamos la calma —dijo Cerandal—. Tenemos suficientes plátanos como para disuadirlos un tiempo.
—Eres un iluso —replicó Aditu—. Los monos ninja no comen plátanos, comen uranio enriquecido.
—Ese comentario merece un linchamiento —dijo Nalibia.
Y así fue. Sin quererlo ni beberlo, Aditu tenía encima una horda de tipos raros dispuestos a matarla. Comenzó a gatear por la sala como había hecho días atrás cuando Kerensky la perseguía. Cuando parecía que era su final, Aditu alcanzó a ver su salvación: una silla. Se situó tras ella y observó a sus perseguidores por encima del respaldo.
—Mierda —dijo Ss—, se ha metido detrás de una silla. ¿Ahora qué hacemos?
—Déjame a mí —contestó Sobiropi—. Vaaaamos minina, vaaamos. Pschpsch (*sonido que se le hace a los gatos*). Sal de ahí, bonita. Mira qué pantuflas más chulas tengo.
Sobiropi volvía a calzar las pantuflas de Hello Kitty, las cuales parecieron fascinar a Aditu.
Una Aditu salvaje apareció.
—¡Adelante Niño Chino que toca la Zampoña!
Aditu salvaje usó Chirrido. Defensa de Niño Chino que toca la Zampoña mucho bajó.
Niño Chino usó Canto. Aditu se echó a dormir.
Aditu sigue dormida, no puede actuar.
Niño Chino que toca la Zampoña usó Zampoña Voladora. ¡Es súper efectivo!
Aditu salvaje cayó debilitada. Niño Chino que toca la Zampoña ganó 25 EXP. Niño Chino que toca la Zampoña subió al nivel 16.
¡Niño Chino que toca la Zampoña está evolucionando!
*Tirun tirun… tun tun tun tun tuntuntuntuuuuuun* [Es la música de la evolución de los Pokemon].
¡Niño Chino que toca la Zampoña ha evolucionado en Chino Viejo que toca el Erhu!

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—¡Hostia! Este es legendario como poco —comentó Mr Lannister a Alek.
—¡Un colega! —dijo Loboct al verlo.
—Buenas tardes, señor. Soy su maestro Pokemon —saludó educadamente Sobiropi.


Número X. De Sobiropis y zombis

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Linchamiento y Daniel Lannister
Víctimas: Svg2191 y Ellaria Sand
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Shagga se paseaba por la prisión vestido de lagarterana. Se había puesto la mar de folclórico al ver a Tremal y a Kvothe vestidos de fallera mayor y flamenca, respectivamente. Había estado desaparecido los últimos días, pero ahora se sentía rejuvenecido y vigoroso. Tenía ganas de linchar a alguien.
Antes de entrar en la sala principal donde todos los presos solían encontrarse, se cruzó a Daniel por el pasillo.
—Cereeeeebros —dijo Daniel.
—Mmm… Riñones —contestó Shagga.
—Cereeeebros —reiteró Daniel.
—Repetido, has perdido, ¡ja! —Shagga le pegó un suave puñetazo en el hombro. El brazo de Daniel se cayó al suelo—. Oye Daniel, has cogido un moreno de impresión. ¿Cuál es tu secreto?
—Shagga, ¿no ves que soy un zombi? Se supone que solo puedo decir “cerebros” y babear —dijo Daniel indignado—. Qué lacra…
—Ah, lo siento tío, no me había dado cuenta.
—Por cierto, ¿tú no estabas muerto? Todo el mundo dice que lo estás.
—¿Sí? Pues no lo sé, es posible.
Shagga continuó andando hasta llegar a la sala principal. Allí todos se quedaron un poco perturbados al verle.
—Hola, soy una lagarterana que os trae gofres, pero me he dejado los gofres.
Silencio.
—¿Linchamos a Sveg? —dijo Shagga tras la pausa.
—¡Sí! —gritaron todos al unísono, y se abalanzaron sobre el Advenedizo sedientos de sangre.
Sveg quedó hecho un amasijo de sangre y vísceras en cuestión de minutos. Acto seguido, Sobiropi entró en escena montado en un hipopótamo mientras un niño chino tocaba una zampoña. Iba vestido con su batín rosa palo y unas pantuflas de Betty Boop (Sobiropi; el niño chino iba vestido de niño chino y el hipopótamo iba desnudo).
—Os voy a decir unas cuantas cosas —comenzó Sobiropi—. Este juego consiste en que los malos maten a los buenos de noche mientras los buenos linchan malos de día. ¿Se puede saber por qué no paráis de linchar buenos?
—No es tan fácil saber quién es bueno y quién es malo, señor —contestó Esk.
—Ya. Niño chino, ven —dijo Sobiropi mientras se bajaba del hipopótamo—. Señala a alguien al azar.
El niño chino señaló a Ellaria.
—¿Veis? —continuó Sobiropi—. Hasta un niño chino que toca la zampoña es más apto para identificar malos que vosotros.
—¿Insinúas que soy mala, maridito? —preguntó Ellaria contrariada.
—No, lo insinúa el niño chino.
—中国儿童不在暗示什,只是那个阿姨很好, 他想要它做—dijo el hipopótamo.
—¡Un hipopótamo que habla! —se alarmó el niño chino.
—Cereeeebros —dijo Daniel.
Así es, mientras el hipopótamo y el niño chino intercambiaban opiniones, Daniel había hecho acto de presencia. También se había hecho de noche. Daniel se dirigió hacia Ellaria y empezó a olisquearla. Ésta se apartó rápidamente, asustada ante la aparición de aquel ser maloliente, sin brazo y medio chamuscado.
—Ey, Sobiropi —dijo Daniel sin perder de vista a Ellaria—, ¿me dejas una motosierra para matar a tu mujer?
—Sí, espera.
Sobiropi abrió la panza del hipopótamo, sacó una motosierra y se la tendió a Daniel.
—Para que funcione tienes que darle a este botón. Se coge por la parte que no tiene dientes. Intenta no manchar las paredes y suerte —terminó Sobiropi dándole una palmadita en la espalda a Daniel. Se le cayó el otro brazo.
—Mierda, tengo un problema —se percató Daniel.
—Con la boca Daniel, con la boca.
Daniel sostuvo la motosierra con los dientes y salió corriendo detrás de Ellaria. Ellaria corría despavorida tratando de huir de aquel ser infesto, pero el zombi corría un huevo para ser un zombi. Finalmente la alcanzó. Querría haberla metido miedo, pero si hablaba se le caería la motosierra, así que se limitó a acercarse a ella lentamente. Ellaria no se dio cuenta de que se aproximaba de forma peligrosa a un pasillo lleno de alambres afilados (esas cosas pasan, cuando menos te lo esperas: ¡Pum! Un pasillo lleno de alambres afilados). Ellaria murió en el acto. A Daniel se le cayó la dentadura y la sierra con ella, amputándole un pie en el proceso.


Número X. Muerte a golpe de lejía

Máster: KVOTHE matarreyes
Asesino: Theon
Víctima: Ellaria Sand
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Caperucita había pasado toda la noche enfrente de su armario. No se decidía y tenía que encontrar un disfraz apropiado. Finalmente, se apretó las botas, se puso sus gafas de sol y salió de la habitación. Había perdido el cuchillo, pero ese era el menor de sus problemas en ese momento.
Avanzó por el pasillo, hasta que encontró la habitación que buscaba.
Cersei Lannister ya descansaba en su cama. Pensaba en la estrategia a seguir a partir de ahora. De repente, alguien llamó a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó mientras se ataba su bata.
—¿Truco o trato? —dijo una voz angelical al otro lado de la puerta.
Cersei abrió la puerta y se quedó petrificada. Ante ella se mostraba una figura de casi dos metros, vestida todo de negro y con gafas de sol.
—Truco o trato… —dijo Cersei pensativa—. PERO ¿TU SABES QUÉ HORA ES? —le grito—. Ni truco ni trato ni leches, VETE A DORMIR ¡por Dios! —y se dispuso a cerrar la puerta.
La mano de Terminator se interpuso entre ambos.
Con voz grave y solemne le dijo: —Hola, vengo del futuro. Y he venido para…para….traerte esto….
Sacó de la cesta de mimbre un bote de Neutrex y empezó a golpear a la indefensa Cersei. No dejo de golpearla hasta que cayó casi inconsciente al suelo.
Cersei, ensangrentada, se arrastraba por la habitación, llegó a su mesilla de noche y cogió algo. Terminator la cogió nuevamente por las piernas y la volvió a arrastrar, se acercó a su cara y le susurro:
—Sayonara, baby… —y le golpeó por última vez.
La pobre víctima abrió la mano y dejo caer tres dados al suelo. Un seis, otro seis y un cinco. Cersei sonrió.
Aunque este fue su último golpe de suerte.
Ellaria había muerto.


Top 10 Muertes Macabras

Número X. Ratas

Máster: Madelaf
Asesino: Theon
Víctimas: Aslan Bolton
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La puerta abierta les dio una idea de donde podrían estar los desaparecidos. A ninguno le hizo mucha gracia tener que bajar allí, pero tenían que descubrir qué estaba pasando. El olor los condujo a la sala correcta, cuando encendieron la luz muchos desearon no haberlo hecho. En el medio de la sala, tumbado sobre una mesa, se encontraba el cadáver de Aslan, a su alrededor y comiendo pedazos de su cuerpo se encontraban media docena de ratas. Decididos a llegar al fondo del asunto se acercaron a la mesa a examinar el cadáver más de cerca y más de uno estuvo a punto de vomitar cuando se dieron cuenta de lo que había soportado el guardaespaldas. Un horrible agujero le atravesaba el cuerpo desde el estómago hasta el costado izquierdo, sobre este agujero se encontraba una vieja jaula con barrotes de hierro en todas sus caras menos la pegada al estomago de Aslan. De ahí habían salido las ratas, alguien las había estado quemando hasta que se habían visto obligadas a escapar a mordiscos por el único lugar posible, a través del cuerpo de Aslan.


Número X. Sin cerebro ni pulmones

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Theon
Víctimas: Amira y Symon
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“Esta tía me las va a pagar”, pensaba alguien en su camino de vuelta a casa. “Me las paga, te lo juro que me las paga”. “Pienso en ella como primera opción y así me lo agradece. No se va a salir con la suya. Ya me encargaré yo de que así sea”.
Sabía dónde se dirigía. No era la primera vez que iba a ese sitio. Subió las escaleras rápidamente. Tenía prisa por hacerlo. Abrió la puerta del piso con cuidado de no hacer ruido. Un destornillador bastó para que la cerradura no fuese un impedimento. El piso apenas había cambiado desde la última vez que estuvo en él. Un salón pequeño, un pasillo angosto decorado hasta la extenuación con cuadros abstractos… No era el mejor sitio para morir, pero qué importaba. Según avanzaba por el pasillo fue escuchando con mayor claridad cómo alguien se estaba dando una ducha en el baño del final del pasillo. Se acercó con decisión. El pulso no le temblaba. Abrió la puerta del baño y adivinó una figura tras la mampara. La puerta emitió un leve chasquido y quien se estaba duchando interrumpió sus silbidos.
—¿Amira? —preguntó Symon— Ami, ¿eres tú?
“Mierda. ¿Qué está haciendo éste aquí?” Sin pensárselo un segundo salió del baño corriendo mientras oía cómo se deslizaba la mampara de la ducha. Corrió a la habitación más cercana, la de Amira. Abrió la puerta y dio gracias a Dios porque estuviera vacía. Revolvió el primer cajón y se cubrió el rostro con una camiseta de color índigo que encontró. Los pasos de Symon se escuchaban cada vez más cerca. “Calma… calma. Si me lo monto bien puedo deshacerme de éste sin problemas. Ningún problema. Además, nunca me cayó bien”. Symon entró en la habitación con cautela y un cuchillo de cocina en la mano. “Allá voy, con decisión”. Acechando como una fiera se abalanzó contra Symon prestando especial atención al cuchillo que sostenía. Intentó partirle el cuello, pero Symon se revolvió y logró evadirse por un momento.
—¡Da la cara al menos cabrón! —gritó Symon lleno de rabia— ¿Te atreves a entrar a robar pero no a enseñar la cara?
—No estoy aquí para robar Symon, y si eso es lo que quieres… —retiró la camiseta de su rostro y supo ver el pánico reflejado en el rostro de Symon.
—Tú… —Symon quedó inmóvil como una estatua.
—Yo —sonrió.
Aprovechando la incertidumbre se lanzó de nuevo contra Symon, esta vez con más fortuna. La pelea se prolongó unos segundos hasta que el cuchillo que antes sostenía Symon quedó incrustado en su cráneo.
—Ahí tienes mi cara Symon Lynch. Ahora vamos a acabar con esto.
Tardó más de lo esperado, pero ya lo tenía. Cuidadosamente retiró la parte superior del cráneo que acababa de trepanar. Con la habilidad de un cirujano extrajo el cerebro íntegro. “Y una cosa más. Sólo una cosa más…”
Cuando había acabado con todos los preparativos colocó a Symon en el sofá del recibidor con la tapa de los sesos bien situada. Para que no se notase el corte, secó los restos de sangre de alrededor y le cerró los ojos. Se cercioró de que cualquiera que lo viese no se percatase de su lamentable estado y, en lugar de conformarse con lo que había hecho, permaneció en la casa esperando a quien realmente estaba buscando.
Desde dentro de un armario pudo verlo todo. Amira llegó cargada con bolsas de la compra. Lo primero que captó su atención fue la figura de Symon sentada en el sofá. Le miró de soslayo, pero asumió que se había quedado dormido esperándola. Dejó las bolsas en la cocina y se preparó un café. Cuando volvió al salón se acercó a Symon.
—Symon —susurró—. Symon despierta.
Al mínimo zarandeo la tapa de los sesos cayó sobre el sofá, dejando ver pegada en su parte interna una nota con la palabra ‘Trollex’. Amira profirió un grito desgarrador e intentó salir corriendo. Para entonces alguien le sujetaba por detrás. Todo sucedió muy rápido. Un leve cosquilleo le recorrió la espalda y acto seguido notó cómo estaba chorreando sangre. Fuese quien fuese quien le estaba agarrando acabó con su agonía.
“¡Sabía que no te saldrías con la tuya sosa! ¡Oh mierda, cómo lo sabía! Acabemos con esto de una vez”.
Dedicó más de una hora cuidando cada detalle al milímetro. Todo tenía que estar perfecto.
Para cuando acabó, el cadáver de Amira colgaba de la pared del salón. Su torso había sido abierto en canal por la columna, y sus costillas separadas una a una. Los pulmones se proyectaban hacia fuera, proporcionando a la habitación una estampa absolutamente aterradora. En la piel de sus brazos había sido grabada la palabra ‘sosa’ en repetidas ocasiones. A sus pies, Symon yacía desnudo en el sofá, sin cerebro ni tapa. Parecía mirarla. Una mirada perdida en el vacío. Una mirada muerta.


Número X. ¡Arded, malditas, arded!

Máster: Nod Rios
Asesino: Oberyn Sabat
Víctimas: Eleuve, Madelaf y Dama
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Una noche de penumbra en la que el Todopoderoso estaba destinado a callar, una sombra se deslizó en el gran salón. Todo estaba preparado tal y como había planeado. Las sogas, las sillas, la oscuridad… Sólo faltaba dar la voz de alarma y esperar al espectáculo que estaba a punto de comenzar.
Todos llegaron a la vez. El inmenso salón se encontraba sumido en la oscuridad. Las voces de los asistentes se elevaron en el silencio nocturno pidiendo explicaciones. Fue entonces cuando una luz iluminó una inmensa jaula en medio del salón. Dentro, dama, Eleuve y Madelaf aguardaban a un fatídico final. Los pies sobre sillas, sogas en el cuello. Intentaban hablar, intentaban liberarse, pero no había escapatoria. Sus bocas estaban llenas de vísceras de los que habían muerto antes que ellas, y sus articulaciones atadas con más soga. Los asistentes al espectáculo gritaron de terror. Algunos se echaron a llorar, otros se acercaron a la jaula para intentar liberar a las cautivas. Nadie pudo entrar, sólo una figura enfundada en una túnica negra con una máscara que exigía algo muy particular: vendetta.
La figura se deslizó entre las sillas y miró al público con una sonrisa en los labios, aunque nadie la podía ver. Con un movimiento brusco, tiró las sillas de las tres mujeres que se disponían a morir. Las tres pudieron sentir cómo el aire les faltaba. Se retorcierton en sus sogas, intentaron gritar una vez más, pero la soga y las vísceras se lo impidieron. Cuando la muerte empezó a rondarles, las sogas cedieron y las tres cayeron al suelo. La figura había desaparecido de la jaula no sin antes dejar caer tres epístolas muy especiales.
Muchos suspiraron de alivio, pero el espectáculo no había hecho más que empezar. Como si de serpientes ígneas se tratasen, las sogas se prendieron fuego. Todos los presentes pudieron ver cómo la mecha se acercaba cada vez más a las muchachas que yacían en el suelo. Nadie pudo hacer nada por evitarlo. Sus cabezas empezaron a arder. Quedaron despojadas de pelo en cuestión de segundas, y más tarde de vida…
Cuando la muerte había hecho su trabajo, una traca final de fuegos artificiales surgidos de la cabeza de las tres mujeres estalló. La luz volvió al gran salón. Entre los presentes no había nadie ausente que pudiera haber hecho eso.
La jaula se abrió sola. Muchos corrieron hacia las víctimas. Esk lloraba la muerte de su hermana. Ellaria se limitaba a observar impasible. Fue ella misma quien leyó en voz alta las tres cartas que había dejado el asesino antes de fugarse. Cada una correspondía a un muerto. Éstas decían:
Para Madelaf: Porque nunca jamás debiste haber acusado a Oberyn. Las llamas purgarán tus pecados.
Para Eleuve: Porque muchas veces las certezas son peor que las dudas. Pecaste de orgullo, y así lo pagas. Que las llamas purguen tus pecados.
Para dama: Por intentar acabar con el fuego de esta partida. Recuerdos de Oberyn y candón. Las llamas purgarán tus pecados.


Número X. Hámsters

Máster: Aditu
Asesino: Oberyn Sabat
Víctima: Antares
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Antares despertó en un torreón abandonado. Lo único que veía era un precioso cuadro de loboct y Karlon besándose que adornaba la pared. Tardó unos minutos en darse cuenta de que estaba colgado del techo por los pies. Su torso y su cabeza estaban dentro de una especie de recipiente grande con paredes transparentes. Se sintía observado, miró a su alrededor y distinguió una figura dorada que le observaba desde el borde de la ventana, agazapada, con las alas desplegadas y la máscara dorada puesta.
Tarda en reaccionar, pero finalmente pregunta qué está pasando. La respuesta de la figura es dejarse caer por la ventana, sin decir nada. De repente, Antares escucha una especie de ruido que viene del recipiente en el que tiene metido medio cuerpo. Cuando mira con esfuerzo para ver que es ese ruido se percata de que cientos de hámsters hambrientos lo miran con deseo. La soga cede poco a poco. Los hámsters empiezan a comer.
Horas más tarde la figurada dorada y alada vuelve al torreón. Los hámsters se han comido a medio Antares. Se acerca a él y susurra "Ahora dame lo que es mío" volviendo a sacar la daga en forma de corazón y clavándosela en el pecho.


Top 10 Muertes Bonitas

Número X. La muerte de un noldo

Máster: Sansalayne
Asesina: Asha Greyjoy
Víctima: Oberyn Sabat
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Las palabras de Aditu lograron aplacar la cólera de los compañeros, mas no fue capaz de despertar algo de alegría en el corazón de su esposo. Oberyn sufría desde hacía tiempo, pues por el bien de la compañía había hecho grandes sacrificios: había ocultado la verdadera identidad de Tremal y había acabado con la vida de la traidora Lady Khaleesi, que había sido una deshonra para su estirpe.
Lo más triste de todo era que el sirviente de Ancalagon el dragón llevaba tiempo intentando hacerse con la vida del noble elfo y consideró que aquel era el momento oportuno, pues el abatimiento hacía de Oberyn una presa fácil.
Al caer la noche, conjuró con maldades y susurros a Oberyn para separarse de los demás y alejarse del campamento, conminándolo a acercarse a la cercana ribera de una pequeña corriente de agua que más al sur se unía al Gelion. Río arriba, había un pequeño promontorio en el que un sauce crecía y cuyas ramas eran mecidas suavemente por la corriente del río. Con embrujos, el sirviente de Ancalagon se camufló a sí mismo y cambió su identidad. Se tendió al pie del árbol.
Al llegar allí, Oberyn encontró a un elfo noldo herido de gravedad. Se llamaba Morcant, aunque su verdadera identidad era otra. Oberyn se sintió compungido, pues Morcant había sido compañero suyo en la guardia de Celegorm, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Morcant le dijo cómo lo había visto viajar con compañeros como elfos sindar o naugrim, y que por ello no se había acercado, por miedo. Oberyn le relató entonces cuál había sido el origen de la Compañía y cómo, poco a poco, todo estaba desmoronándose, al punto en que se había visto una vez más atrapado por el hado de los Noldor. Entonces Morcant le narró cómo, tras la caída de Doriath y la muerte de Dior, la hija de éste, Elwing, huyó con el Silmaril de Beren en el Nauglamir. Celegorm había muerto, pero los suyos persiguieron a Elwing y consiguieron quitarle el Nauglamir que llevaba el silmaril. Volviendo para reunirse con los demás seguidores feanorianos, habían sido emboscados unos días antes cerca de allí por las huestes de orcos que obedecían a Gormag. Todos los demás habían muerto y él estaba herido gravemente, pero había conseguido huir con el silmaril. Entonces, Morcant conminó a Oberyn a respetar el juramento feanoriano y devolver el silmaril a sus legítimos dueños, los hijos de Feanor.
Oberyn, tras las injurias que habían sido vertidas sobre él, y conmovido por las palabras embrujadas del falso Morcant, sintió que la codicia crecía en su corazón y le pidió el silmaril, prometiéndole que lo devolvería, pero en el fondo, lo ansiaba para sí. Morcant le entregó, entonces, algo envuelto en trapos de un zurrón. Al desenvolverlo, Oberyn vio lo que parecía el nauglamir y contempló extasiado el brillo del silmaril, con las luces de Telperion y Laurelin. Sin embargo, al tocarlo, notó cómo el brillo de la joya se tornaba cada vez más de un color rojo intenso, más parecido a la luz de los rojos fuegos de Angband. Entonces notó que algo le abrasaba el corazón y poco a poco, lo consumía. Al ir muriendo, despertaba del embrujo en el que había estado y vio como Morcant no era tal, sino que era un miembro de la compañía que usando hechizos lo había engañado y llevado a la muerte.
A la mañana siguiente, todos creyeron que, por fin, ya no había elfos noldo en la compañía y que Oberyn habría huido después de la muerte de Daniel. Sin embargo, Aditu lo buscó y lo llamó una y otra vez, pues sabía que Oberyn no la abandonaría. Corrió en todas direcciones hasta que, en un promontorio en la ribera del río, encontró un montón de cenizas junto a la cota malla de mithril y la espada gemela de Ringil, que habían pertenecido a su esposo. Y entre las cenizas de Oberyn, una diadema de ramas trenzadas con un guijarro gris plomizo, que parecía una piedra de lava. El viento, entonces, se levantó y esparció las cenizas en el río, donde Ulmo las llevará hasta las costas de Aman, de donde no debió partir.


Número X. El adiós del Guardián

Máster: Cerandal
Asesino: Linchamiento
Víctima: Oberyn Sabat
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Alzó la mirada antes incluso de escuchar los pasos acercarse a su celda. Al fin y al cabo, ya sabía de quién se trataba. Podía sentir su presencia en cualquier instante, apuntar con un dedo y acertar la dirección en la que se encontraba. Sus miradas se cruzaron en la penumbra. Miedo, una punzada de dolor, remordimiento, tal vez incluso… Sí, podía sentirlo todo. Eso era lo que lo hacía tan horrible al final. Lo que le esperaba a él no era nada comparado con lo que le aguardaba a ella. ¿Qué podía existir que fuera peor que sentir la muerte de otro, tan intensa como la propia, a través del Vínculo?
—¿Fuiste tú?
Dudó. ¿Solucionaría algo mintiendo?
—¿Qué importa ahora? —replicó con voz amarga—. La Torre ha hablado.
—Me importa a mí.
Él hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Encontrarás a otro. Tendrás tiempo de sobra. Pero para eso… para eso deberíais encontrar a los auténticos culpables. Antes de que esto se convierta en una matanza.
Guardaron silencio. Podía sentir las emociones removiéndose dentro de ella como nunca antes lo habían hecho. Era interesante, descubrir ese lado suyo justo ahora, tan cerca del final. Uno se pasaba la vida dejando correr el tiempo, vagando sin rumbo, y de pronto, cuando ya estaba terminando su viaje…
—Hay algo que tengo que decirte aún —añadió la Aes Sedai—. Una explicación que te debo de hace tiempo…
No era necesario. Ahora podía sentirlo todo. Del mismo modo, probablemente, que podía notarlo ella. Maldito Vínculo, así lo quemara la Luz.
—No —susurró él—. No esta vez. Tal vez en el próximo giro de la Rueda…
—Sí —admitió ella—. Tal vez en el próximo.
Oberyn fue ajusticiado al atardecer. Esta vez, el resto de Guardianes no se mostraron tan de acuerdo con el asunto, y hasta entre las Aes Sedai se desataron cuchicheos y murmullos incómodos después de su muerte. No se encontró ninguna prueba realmente incriminatoria en su contra. Sin embargo, la presencia del enemigo entre las hermanas era cada vez más evidente.
Aditu permaneció en su habitación todo el tiempo, pero en cierto modo fue como si estuviera allí presente hasta el último instante.


Número X. Fin del Tiempo

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Linchamiento
Víctima: Nod Rios
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Había burlado a la muerte una vez, pero no se iba a repetir. Tenía que huir como fuera, y bien sabía que no había forma de escapar del Panteón. Fue entonces cuando se le ocurrió. Quizá no hubiese ningún lugar en Versia en el que poder ocultarse, pero sí había épocas en los que los dioses no le buscarían, tiempos en los que Versia fuese solo una ilusión o un lugar de paz. Con esa idea en mente, Nod corrió bajo la lluvia y la tenue luz lunar que dejaban pasar las nubes. Buscaba algo, un habitáculo desde el que poder viajar. Un recinto cerrado, pequeño, no le hacía falta más. Entonces la vio en medio de la explanada, solitaria, sufriendo el repiqueteo de las gotas sobre sus paredes.

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Nod no lo pensó dos veces, entró en la cabina y se resguardó de la lluvia. Allí dentro había paz. Podía escuchar cómo la lluvia seguía azotando el pavimento afuera, pero en la cabina Nod se sentía a salvo, como si nada ni nadie pudiese perturbarlo. Era consciente de su destino, el Tiempo le había dado muchas oportunidades, pero sabía que su final se estaba acercando. Por eso, él pretendía alejarse de su final. Como responsable del Tiempo en Versia nunca había podido obrar según le dictaba su voluntad ni hacer lo que siempre había deseado: viajar. Desde esa cabina, una cabina que probablemente le llevaba esperando toda la eternidad, su deseo se iba a hacer realidad.
Nod viajó a los orígenes de Versia, cuando él ni siquiera existía, cuando SadSmile y Nica jugaban a colorear una masa deforme de tierra y agua. Nod pudo sentir en sus carnes el poder de la creación. Pudo pasear por las montañas yermas de vida y bañarse en los primeros mares del mundo. Pudo sentir las primeras tormentas arreciando sobre su piel, las primeras brisas acariciando su pelo y las primeras llamas emerger. Cuando se cansó de aquel páramo muerto, volvió a la cabina y viajó más adelante, al tiempo en el que Esk y Aditu poblaron aquel mundo de vida. Fue entonces cuando se dejó mecer por las ramas de los altos árboles y jugó con las criaturas más primitivas. Contempló cómo los hermanos Eleuve y Antares se daban paso el uno al otro en un juego eterno de luz y estrellas. Pudo ver cómo el Orden y el Caos se apoderaron de Versia y, por fin, asistió como nadie lo había hecho antes al nacimiento de los Versios.
El Genio del Tiempo fue protagonista de su evolución, del camino que anduvieron antes de convertirse en una raza próspera y amenazante a ojos del Panteón. Convivió con ellos durante muchos años. Los vio nacer y morir, pero sobre todo los vio crecer. Pudo intuir qué significaba para ellos la amistad y el amor, también el miedo y el odio. Todos los sentimientos que para los dioses no eran más que una sombra en la pared, Nod pudo llegar a comprenderlos. Quizá ninguna deidad antes se había preocupado de conocer a los pobladores de su mundo, pero él por fin lo hizo. Logró entender cuán injustos habían sido los dioses jugando con ellos sin tenerlos nunca en cuenta.
Miles de años no fueron suficientes para que Nod se cansara de conocer Versia y a sus habitantes, pero los tiempos en los que las cosas habían comenzado a llegar a su fin se acercaban, y Nod se vio forzado a hacer un último viaje. Volvió a la cabina, aquella cabina que apenas recordaba, aquella que le sirvió como vía de escape de unos dioses que ahora le resultaban ajenos. Una vez había sido un refugio para él, pero ahora solo significaba su fin. Entró en ella y viajó. Cuando salió encontró exactamente lo que esperaba encontrar: nada. No había un futuro para Versia. El planeta que habían creado, con toda su vida y su esplendor, había desaparecido, y ellos eran los responsables.
Ante aquella visión desesperanzadora, Nod suspiró y sintió cómo las lágrimas brotaban de sus ojos. Se dio la vuelta y sin alargar la espera se lanzó al vórtice temporal que habitaba en la cabina azul. Su tiempo en Versia había terminado.


Número X. Arrepentimiento

Máster: Sansalayne
Asesino: Linchamiento
Víctima: Esk
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La muerte del dr. Antares había retrasado el viaje. La expedición tuvo que hacer una escala de varios días en Siracusa, en la que todos los pasajeros prestaron declaración bajo juramento. Lady Ss había insistido a la capitana Eleuve que no se alejasen mucho de la costa, por lo que pudiese pasar. Rodearon el sur de Italia hasta Crotone, desde donde cruzaron el Mar Jónico. La siguiente escala de aprovisionamiento la realizaron en la famosa isla de Léucade. Eleuve conocía muy bien la isla, por lo que pudieron alojarse durante los tres días de la escala en un palacete situado entre la playa y el famoso promontorio desde el que, según el mito, se arrojara la poetisa Safo. Poco a poco, el ánimo iba volviendo a los expedicionarios.
Después de la cena, según tomaron puerto, el matrimonio Lynch se dirigió a sus aposentos. Lady Esk estaba pálida, más que de costumbre y, sobre todo, muy callada.
- Querida, estás extraña. ¿Qué te pasa?
- ¿Acaso no lo has visto, Symon?
- ¿Ver? ¿El qué?
- Cómo me miraba.
- ¿Quién, querida?
- El turco, el coronel Naik. Me ha llamado culpable con la mirada.
- ¿Qué dices? – dijo Symon abrazando a su esposa - ¿culpable de qué? Querida, sé que estás afectada por las cosas que están pasando. Sé que, ante todo, te afectó la muerte de la chica, pero tienes que sobreponerte…
- Pero es que yo…
- Sobreponerte, cielo. Es una tragedia, son varias tragedias. No puedes sentirte culpable por ello. Descansa, duerme. Mañana verás todo de otra manera.
El matrimonio se acostó. Mr. Lynch no tardó en dormirse, pero Esk no podía. Algo la atormentaba. No podía con ello. La imagen de la mirada de Nedda a través de las lágrimas en el espejo venía una y otra vez a su cabeza. Daba igual si tenía los ojos abiertos o cerrados. Junto a los ojos de Nedda, ahora veía los ojos de Tremal, señalándola como culpable.
Se levantó sigilosamente y fue hasta su maletín personal. De él sacó unas tijeras antiguas, con unos grabados en alguna lengua perdida y símbolos extraños. Su padre murió sin saber dónde habían ido a parar aquellas tijeras… Tendrían cientos de años, pero estaban afiladas como el primer día. Esk se dirigió al tocador, se sentó frente al espejo y empezó a cortar sus cabellos casi negros. Las lágrimas corrían por sus mejillas, como habían corrido por las de Nedda. Recordaba cómo le había confesado su amor, cómo la chica se había horrorizado. La amaba, pero tenía que matarla… o eso creyó entonces. Ahora se daba cuenta de que había estado como embrujada. Sólo quería a Symon, sólo quería vivir… Cómo se había equivocado tanto… No alcanzaba a comprender cómo confundió sus sentimientos, cómo se volvió loca una noche, cómo había matado a aquella inocente chiquilla.
Tomó la pluma y escribió los versos de la poetisa “Iré, oh ninfa, y buscaré la roca que me enseñaste. Haz que el miedo se aleje de mí… Lo que ha de venir será mejor que lo que es…”. Si el salto de Léucade podía calmar la angustia por el amor perdido o por el amor no correspondido, ¿Por qué no calmaría su angustia por la culpa? El destino la había llevado allí. Tenía que hacerlo.
Salió descalza de la habitación, de la casa… atravesó el jardín y llegó a un camino. A la luz de la luna vio el promontorio. Desde allí, por amor, se había lanzado la diosa. Desde allí había saltado Safo… Allí acabaría ella. Si sobrevivía, la angustia se habría ido. Caminó en la noche, descalza, con un camisón de lino blanco por toda vestimenta. Los rizos que le quedaban le caían sobre la frente de forma desordenada. Se habían secado las lágrimas de sus ojos. Cada paso ponía más sangre en sus pies, pero la afirmaban más en su decisión. Al llegar al borde del precipicio, cerró los ojos y susurró “Symon”. Esk se lanzó al vacío, empujada por la culpa y el dolor. Pero no era Afrodita. Su cuerpo se perdió entre las aguas del salto de Léucade.

Symon Lynch se despertó temprano. Vio la cabellera de Esk en el suelo. Se acercó al tocador donde encontró unos versos de Safo de Lesbos… y unas palabras dirigidas a él: “la noche me lleva… te esperaré siempre”.


Top 10 Muertes Guays

Número X. Mala Suerte para Sveg

Máster: Cerandal
Asesino: Linchamiento
Víctima: Svg2191
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-Sierra y Romeo, a las siete. Foxtrot y Juliet, en la puerta principal. Preparados a la señal. Halcón, sobre la posición en treinta segundos.
"Recibido, cuartel general", respondió una voz a través de los altavoces.
-Veamos qué tal funciona el Colmillo a la hora de la verdad, general -comentó despreocupadamente el agente SVG2191.
Theon no contestó. Permaneció inmóvil, con los ojos fijos en los monitores y las manos cruzadas bajo la barbilla.

Derribaron la puerta con una pequeña carga explosiva a la señal del jefe de grupo. Las armas preparadas, se adentraron en el almacén a paso rápido, cubriéndose los unos a los otros.
"La señal viene de la derecha, Foxtrot. Juliet, que vuestro grupo cubra a Foxtrot mientras se abren paso. No sabemos qué tipo de poder tiene, pero si pudo acabar con Esk, tiene que ser peligroso."
El lugar no parecía un almacén abandonado. Todo tipo de artilugios colgaban aquí y allá, varios monitores encendidos mostraban vistas de distintos puntos clave de la ciudad…
-Zona despejada, cuartel general -anunció el jefe de grupo de Foxtrot-. Parece que estaba bajo aviso de… ¡un segundo!
Algo se movió entre las sombras. A una señal, todos abrieron fuego al mismo tiempo.

-¿Qué pasa? -preguntó el agente, sin comprender.
-Hemos perdido contacto con Foxtrot. ¡Juliet, moveos de una maldita vez! ¡Sierra, Romeo, adelante! La señal está a… ¿qué demonios…?

Los integrantes del equipo de asalto Juliet del Colmillo avanzaron tomando cobertura y abrieron fuego sobre la forma que corría ante ellos. Varios de los rifles se encasquillaron al instante; uno, incluso, se quebró con un chasquido, sus piezas cayendo al suelo.
-¿Está al frente?
-¡A la derecha, joder! La señal viene de la derecha…

-Aquí Halcón, en posición sobre el objetivo, tenemos visión de todas las rutas posibles de huida…
Un golpe hizo que el helicóptero se estremeciera violentamente.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó el piloto.
Su acompañante echó un vistazo.
-Parece que un pájaro ha golpeado el rotor… No pasa nada, solo por uno… ¡Joder!
Otro golpe y todo se sacudió.
-¡Ya es mala suerte!
-No pasa nada. Puedo mantenerlo en posición.
-Espera… Joder, toda una puta bandada…
-¿Cómo que una puta bandada?

Theon no parpadeó ni una vez.
-¿Qué está pasando? ¿Es eso normal?
-No.
-¡Pues haga algo, maldita sea! ¿Dónde está el objetivo? ¡Le habíamos puesto un identificador! ¡El puto satélite podría detectar su posición con una precisión de veinte centímetros!
Theon frunció el ceño.
-Pues el puto satélite detecta al objetivo en cincuenta posiciones distintas, capullo.

Acompañados de una lluvia de cristales, Sierra y Romeo cayeron sobre el almacén a la vez que abrían fuego a sus pies en dirección a la posición del objetivo. Las balas rebotaban en ángulos imposibles. El jefe del equipo Sierra soltó un gruñido.
-¡Me ha dado en el hombro! ¡Cuidado con el fuego amigo!
Al posarse suavemente sobre el suelo del almacén, todos sus hombres se partieron las piernas. No muy lejos, los hombres del equipo Romeo,con los cristales de los cascos empañados por una súbita e incomprensible humedad, se acribillaban entre sí.

-Se acabó -gruñó SVG2191-. Esta operación es un desastre. ¿Esta es la mayor unidad de élite del ejército? ¿Esto… esto es el resultado de todo el presupuesto que tienen?
Theon no contestó.
-¡Mireme, maldita sea! -amenazó el agente-. ¿Tiene la menor idea de cómo dirigir una operación de este tipo?
-No. ¿Qué voy a saber? Pírate, capullo.
SVG2191 gruñó, claramente molesto, al leer la respuesta en la mirada del general.
-Hablaremos de esto, "general" -puntualizó-. Mientras tanto, queda relegado. Esto es un fracaso.
Salió de la sala de control, dejando atrás a un impertérrito general Theon. El militar esperó unos segundos antes de echarse a reír.
-Menudo payaso -dijo entre carcajadas mientras su rostro empezaba a deformarse.

El identificador aún funcionaba, y la señal había dejado de tener problemas. SVG2191 persiguió a su objetivo, como un cazador implacable. Si los militares no valían para nada, acabaría el trabajo él mismo. De una manera u otra.
Logró acorralarle en un callejón, no muy lejos del almacén de las afueras donde habían intentado acabar con él. Se detuvo sobre un charco, sus zapatos chapoteando. El objetivo, fuera quien fuera, vestía de forma ridícula, con una máscara ocultándole el rostro. Él levantó la pistola, apuntándole.
-Yo no tentaría a la suerte, amigo -advirtió la voz del desconocido.
-Levanta las manos. El juego ha terminado. Quedas detenido por el asesinato de la agente del Colmillo Esk y por…
-¿Qué dices? ¿Estás mal de la cabeza? Yo no hice nada de eso.
-DE RODILLAS.
El objetivo no obedeció. SVG2191 dio un paso al frente, activando su poder. Los pensamientos fluyeron a toda velocidad. Pues anda que no se han puesto pesados esta noche… Eh, ¿hola? ¡Hola! ¿Tú por aquí? Verás, pensaba invitaros a todos a una tarta, pero me dije, ¡oye! Van armados, a lo mejor son del equipo de exterminio, pero en mi refugio no hay ratas, y claro, un equipo de exterminio… Además, si entras en mi cabeza, además sin invitarte, pues no puedo darte tarta, porque la tarta de cerebro no es…
-¡Deja de hacer eso! -amenazó, cada vez más harto de la situación-. Te doy tres segundos para levantar las manos y arrodillarte, o de lo contrario…
-Te lo aviso, en serio, no te recomiendo…
-Uno…
-Puedes hacerte daño, amigo, y…
-Dos…
-Las armas son peligrosas. En serio, esas cosas matan gente.
Disparó. La bala pasó rozando milagrosamente al objetivo, rebotó en una farola y salió despedida hacia arriba, cortando como por casualidad uno de los cables del tendido eléctrico, que cayó chisporroteando junto al agente del FBI. Justo encima del charco sobre el que se encontraba.
SVG2191 murió en un desafortunado accidente.


Número X. La tierra tiene sed de venganza

Máster: Sansalayne
Asesino: Linchamiento
Víctima: Theon
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-¡No puede ser! – gritó otra vez Oberyn Sabat -. Es vergonzoso que cualquiera pueda acceder a mi casa por un túnel. Hay que tapiarlos todos.
- Sr. Sabat – reprendió el reverendo Kerensky -, le recuerdo que estamos en la casa del Señor. Le agradecería que no levantase la voz.
- ¡Y un cuerno! ¡Y un cuerno! Levantaré la voz todo lo que me dé la gana mientras la casa del Señor albergue pasadizos ocultos que fomenten el pecado y la herejía. Mi esposa, y le recuerdo que la suya también, encontraron charcos de sangre de la vieja bruja esa y el niño indomable. Estaban haciendo sacrificios a Satán – dijo señalando con el índice a Lauerys y a Nod Ríos-. ¿Acaso la casa del Señor tiene que albergar este tipo de manifestaciones del maligno? ¿Acaso no estaríamos cometiendo herejía todos?
- Pero señorito Oberyn – intervino Lauerys –, yo estaba en su plantación esta mañana desde temprano. Fui con Lord Ty y Lady Val.
- Es cierto – dijo Antares -. Yo estaba con ellos. Es más, después de lo sucedido a su esposa y a la señora Asha, hemos recorrido los túneles y no hemos encontrado ninguno donde ellas dicen, ni rastro de sangre ni ningún túnel que vire al Oeste antes de llegar al que va al de las hermanas, ¿verdad, señor Dayne?
- Eso es verdad. Señoras – dijo, dirigiéndose a Asha y Ellaria, quien aún tenía los ojos enrojecidos del llanto - ¿están seguras de lo que cuentan?
- Por favor – respondió Asha con desprecio- ¿acaso usted me está llamando loca o algo por el estilo? Sé muy bien lo que vi. Esta mañana un túnel nos llevó al otro lado del estanque y vimos a dos personas sacrificando una cabra. No sé cómo no hay restos del animal y puede que nos equivoquemos y no fuesen Lauerys y Nod. Eso puede ser, pero estoy segura de que vimos lo que vimos.
- Era sangre – dijo Ellaria con la mirada perdida en el reclinatorio que estaba justo enfrente suyo- era un charco de sangre; y un reguero; y una hoguera…. Y los aullidos eran insoportables y venían de la isla.
- Pero señora Ellaria – hablaba otra vez Lauerys –, los aullidos de la isla se repiten cada vez que es el aniversario de la matanza. Tengo más de ochenta años y llegué aquí hace muchos. Le digo que usted vio cosas seguro, pero no eran ni el niño Nod, ni yo. Probablemente fueran Shagga y Chataya.
En la capilla se hizo el silencio. Ninguno decía creer en que los fantasmas habitasen el pueblo, pero lo cierto es que no había rastro de lo que las jóvenes damas decían que habían visto y los aullidos aquel día habían sido ensordecedores. Sin embargo, hubo alguien que no flaqueó.
- ¿Shagga y Chataya? ¿De verdad? Por el amor de Dios, señora. Es usted mayor para decir semejantes burradas – espetó Sabat, sin contemplaciones, a la anciana.
- Sr. Sabat – dijo el reverendo -. No soy amigo de supersticiones, pero seré claro con lo que le voy a decir. Desde que llegué a este pueblo, he sido testigo de cosas extrañas que cualquier siervo de Dios con menos temple y cordura que yo habría tildado hace ya tiempo de brujería, magia negra o algo así. No sé qué es, pero este pueblo tiene algo extraño. Quizás en esta fecha tan señalada, en la que tantos inocentes murieron, alguna fuerza oculta en la naturaleza del pueblo se haya levantado.
- ¿Usted también se va a dejar impresionar por los desvaríos de una anciana, padre?
- No. Simplemente escucho lo que tiene que decir mi señora esposa que, discúlpeme, no es tan impresionable como la suya. Asha es una mujer fuerte y yo creo que vio lo que dice. Pero no puedo explicarlo. Lo que no haré será condenar de antemano a una anciana que bien podría haber sido mi anciana madre, que en paz descanse, ni a un joven de quien no se ha escuchado ninguna queja.
- Además, Nod vino a ayudarme después de que se fue la diligencia – dijo Aditu - . Cuando volví de acompañar a la señorita HannaH al establecimiento de Dayne, Nod ya estaba colocando cosas en las estanterías.
- Lo que les estoy diciendo es verdad – la señora Lauerys se puso de pie apoyándose en su bastón -. Este pueblo está medio embrujado. La señora Bethany decía que hablaba con su hermano y con la mujer de ébano. Y yo le creía. ¿Por qué iba a ser mentira? La señora Bethany me dijo una vez que Shagga le advirtió que la matanza y los flagelos habían disgustado a los espíritus del estanque, principalmente al espíritu del anciano chamán que fue el primer morador de aquí. Le dijo que el pueblo no descansaría hasta acabar con quienes infligieran el mal de alguna u otra forma. Lo que yo creo es que alguien ha vuelto a traer el mal al pueblo.
Una vez más, se hizo el silencio en la iglesia. Todos los habitantes, además de HannaH, que acompañaba a Dayne, estaban allí congregados y a ninguno le hacía gracia habitar en un lugar que quería vengarse de quienes habían mancillado su suelo, tanto tiempo después. Tampoco les hacía gracia que se asegurase que había espectros o algo similar sacrificando animales en el bosque. No querían creerlo pero, aún así, tenían miedo.
- Bien – dijo Aleksandr Nevski – ¿por qué no votamos ya? Votos a favor de tapiar los túneles-. Sólo levantaron las manos Sabat y él mismo, de acuerdo por una vez.
- Definitivamente- intervino el sheriff-, y como representante de la ley, creo que no deben tapiarse los túneles. Recuerden que ahora llega la primavera y quizás algún tornado hará que esos túneles sean útiles para comunicarnos. Como la votación ha salido que no, creo que mi presencia aquí ya está de más.
Con esas palabras, Cerandal salió de la iglesia, seguido poco a poco por el resto de la congregación.
Cuando Oberyn salía solo, justo antes que Ellaria, Asha y Kerensky, alguien se le acercó desde la sombra:
- Sr. Sabat. Quizás le interese esto para su señora esposa.
Era Theon Lobster, con un frasquito en la mano.
- ¿Qué es esto?
- Es, bueno… es un preparado de mandrágora. Curada, eso sí.
- No sé para qué sirve.
- Quizás su señora se calme un poco y deje de asustar al pueblo. He oído toda la conversación. Eso de una fuerza de la naturaleza que está rabiosa y esos cuentos de viejas. Quizás sea mejor que su señora tenga otro tipo de sueños, menos susceptibles de ser juzgados por herejías, ¿no le parece?
- ¿Acaso me está amenazando con denunciar a mi mujer o algo así?
- Por favor, yo jamás haría algo así. Pero sería malo para su reputación que se supiese que su señora ve gente muerta haciendo vudú en los bosques. Yo sólo le ofrezco un remedio. Siempre es mejor tener una mujer drogadicta o histérica que una espiritista, ¿no cree? Lo que le falta es juntarse a hacer vudú con la vieja esa que pone los pelos de punta.
Oberyn miró a Theon y cogió el frasco, justo cuando Ellaria se le acercaba.
- Nos veremos después, en el local de Dayne – se despidió, inclinando la cabeza.
Lobster los siguió con la mirada, hasta donde la niebla lo dejó. Luego se dirigió al sendero de la orilla, dando de vez en cuando algunos sorbos a una petaca que llevaba en el bolsillo del chaquetón. Quería acercarse lo máximo posible a la isla y ver si en la vieja cabaña encontraba algo de valor para sus mejunjes “sanadores”.
Vio que en uno de los cuatro maderos del flagelador había una pequeña barca atada. Sin dudarlo, se subió y empezó a remar en la niebla, hacia donde creía que estaría la isla aproximadamente, pues con la oscuridad se apreciaba aún menos. El farolillo que llevaba alumbraba poco más dos metros a la redonda. Sin embargo, supo que se estaba acercando. Algo en su fuero interno se lo dijo, pues comenzó a levantarse cada vez más viento.
El aire entre las ramas del viejo roble-musgo comenzó a aullar. Al principio, parecía un tenue silbido, pero a medida que Theon bogaba hacia la isla, el sonido se incrementaba. No quería ponerse nervioso, pues sólo era viento entre rendijas, se decía, pero notaba cómo su corazón se aceleraba cada vez más y cómo los gritos del viento le taladraban los oídos. Le pareció que entre la penumbra vislumbraba la isla y quiso dar la vuelta. No merecía la pena lo que hubiese allí. Estaría mejor en la taberna, bebiendo un buen whisky y dejándose ganar al póker.
Viró la barca hacia la orilla que había dejado minutos antes – aunque a él le parecían horas –. Sin embargo, de alguna manera, la volvió a tener frente de sí, cada vez más cerca. La niebla parecía abrirse un poco y podía ver la cabaña y el árbol perfectamente. Volvió a virar, pero entonces la niebla se cerraba y, cuando volvía a abrirse, la isla estaba otra vez frente a él.
Para entonces ya sentía que un sudor frío recorría su espalda. Casi podía rozar el árbol con sus manos y sabía que algo haría que tuviese que desembarcar forzosamente. Ató la barca con la cuerda a una raíz saliente y saltó hacia la cabaña, que parecía enroscada en el árbol. Se volvió a coger el farol y comprobó que algo había desatado la barca y su única luz se alejaba. Los aullidos del viento continuaban y eran cada vez más y más potentes, por lo que decidió refugiarse en el interior de la cabaña. Cuando llegase la mañana se levantaría la niebla y podría ver cómo volvía al pueblo. Dio varios pasos en lo que parecía ser la única estancia de la cabaña pero su pie chocó con algo.
Encendió una cerilla y la acercó al suelo. Entonces palideció: había una cabeza de cabra. Reaccionó echándose hacia atrás y se trastabilló, cayendo al suelo de espalda. Entonces algo lo rozó. Parecían dedos: dedos humanos largos y fríos, huesudos y ásperos. Eran muchos dedos: al menos, había dos personas allí con él. Theon gritó, pero sus gritos se perdían entre los aullidos del viento. Notó cómo una de los seres que había allí lo sujetaba y de pronto, se encendió un pequeño candil, que apenas daba la luz suficiente para mostrar dos rostros huesudos y demacrados: uno pálido como la niebla y otro negro como la noche. Ambos tenían un pelo corto y apretado, como musgo verde. Las cuencas de los ojos dejaban entrever dos miradas pálidas, verdes, con las pupilas muy dilatadas. Theon gritó y notó cómo el pulso se le aceleraba. Sintió cómo uno de los seres sacaba de su chaqueta otro de los pequeños frasquitos, como el que le había dado a Oberyn. El ser negro como la noche le cogió la cara y le abrió la boca, vaciándole el frasquito por completo. Entonces lo soltaron y la luz se apagó.
Theon se puso de pie y aullando como el viento, intentó salir de la cabaña. Cuando estuvo fuera, se lanzó al estanque. Su corazón cada vez latía más rápido. Quizás el preparado era muy potente en belladona o quizás la mandrágora no estaba bien curada. Sí, sería eso, se decía, y comenzó a nadar hacia la orilla. En la oscuridad veía cada vez reflejos más extraños, color rojo sangre y azul brillante, tanto en el agua como en el aire. Siguió braceando y se sintió feliz de tocar suelo, pero cuando levantó la vista comprobó que estaba una vez más en la cabaña. Algo susurró: “la tierra tiene sed, sed de venganza”. No sabía cómo oía tan nítidamente los susurros entre los gritos del viento.
Aterrado, volvió a bracear. De alguna u otra forma, sabía que llevaba horas braceando sin conseguir llegar a la orilla. Notaba que el agua lo arrastraba al fondo. Notaba que su peso era más fuerte que sus brazos. En algún momento, presa del pánico, dejó de bracear y se tapó los ojos. No podía seguir viendo esos reflejos. Sin embargo ahí seguían. Tragó agua, pero no le importaba. No quería oír; no quería ver. Sólo quería que eso parase, quería que todo terminase de una vez. El agua lo arrastraba hacia abajo.
En un momento, dejó de oír los aullidos y dejó de ver los reflejos. Se sentía como flotando en el aire. Parecía que no había niebla ya. Y vio un cuerpo flotando en el agua, sin vida. Y se reconoció en él. Y entonces, Theon Lobster, por fin, se desvaneció.


Número X. La caída de un Elemental

Máster: Oberyn Sabat
Asesino: Linchamiento
Víctima: SadSmile
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Drithos esperó impaciente a que todos volviesen a La Ciudadela, oculto de un modo que nadie pudiese detectarlo.
El combate contra Shagga había sido duro, tanto que Esk y Aditu no habían podido regresar, pues habían de recuperar fuerzas antes en el bosque.
Cuando todos los miembros del Panteón restantes entraron y fueron a sus aposentos, Drithos se dejó ver. Dirigió sus pasos a la habitación del que muchos consideraban su padre, aunque él bien sabía que no lo era. SadSmile fijaba su atención en la puerta cuando Drithos apareció.
—Te esperaba, Elemental —dijo SadSmile con tono ácido—. Tú, culpable de tanta destrucción, de tantas muertes…
—¿De veras, Sad? ¿Pretendes culparme a mí de todo esto? No te equivoques, no soy tonto. Sé cuál es mi parte de culpa y sé que quizá algunas decisiones mías no fueron las más adecuadas, pero tus absurdas normas me obligaron a hacerlo. No podía permitir que mi hija muriese sola como una mortal bajo la furia de unas deidades caprichosas. Mi deber era protegerla. A toda costa.
—A costa de las vidas de las deidades.
—A costa de algunas, pero sé muy bien que tú te has valido de ello para hacer limpieza, ¿verdad?
—Y tú deberías entenderme. ¡Son indignos! Los Elementales somos los únicos y verdaderos. ¿Qué son los demás? ¡Rémoras que se aprovecharon de nuestro poder! Seres menores con un poder restringido a cosas menores. Nosotros somos los amos de Versia. Ellos nunca han pintado nada. Merecían morir.
—Ya, y de paso te hacías cargo de sus dominios, ¿no es así?
—Eso vino después.
—Hasta aquí has llegado, Padre.
Drithos se desintegró y rodeó a Sad. Enseguida aparecieron en Versia. Al borde de un acantilado SadSmile mostraba todo su poder. La tierra temblaba, montañas se elevaban de la nada, pero el Elemental del Aire ni se inmutaba.
—Vamos, Elemental, ¿crees que tu dominio tiene algo que hacer frente al mío? Siempre me despreciaste, siempre pensaste que era un ser inferior, como los otros. Pero estás muy equivocado. La tierra no tiene nada que hacer contra el aire.
SadSmile sabía que estaba en lo cierto, pero la tierra no era su único dominio. Todos los poderes de los dioses que habían muerto a sus manos le pertenecían ahora, y algunos de ellos sí podían hacer frente al aire. Fue entonces cuando la luz inundó Versia, al igual que había sucedido en la batalla contra Nica y Symon, pero inmensas nubes negras apagaron esa luz.
—La luz de Antares no te servirá esta vez.
Las nubes parecían cargadas de electricidad, como si Nevski estuviese obrando su acción. Poco a poco se fueron acercando a SadSmile, que esperaba de pie al borde e un acantilado.
—¿Cómo tienes el poder del Rayo? —preguntó Sad desconcertado.
—Tengo mucho más poder del que tú te piensas, iluso.
Las nubes tomaron la forma de un gran rostro.

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—Puede que tú hayas adquirido el poder de las vidas que has segado, pero yo también tengo más poder del que creías, anciano. Desde el Érebo te mandan recuerdos, aunque pronto te encontrarás con ellos.
La lluvia caía con gran fuerza, los relámpagos centelleaban. La nube se fue aproximando cada vez más a SadSmile hasta engullirlo. No pudo hacer nada, ni siquiera lo pretendió. Aceptó su destino y se dio por perdido. La llegada al Érebo de SadSmile no iba a ser fácil.


Número X. Vendetta en forma de cereales

Máster: Eleuve
Asesino: Candón_stark
Víctima: Tremal Naik
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Tremal Naik se sentía satisfecho consigo mismo por haber cazado a varios de los asesinos, estaba seguro de que Kvothe y Antares habían tomado parte en alguno de los crímenes y con el último linchamiento a Lady Val, ya tenía la seguridad de que sólo quedaba uno de los malos sueltos. Ahora no tenía que atrincherarse en su habitación en cuanto salía de dar clase, ni ir corriendo por los pasillos. Y aunque le cueste reconocerlo, el que Daniel Lannister les hubiese dejado para siempre, era todo un alivio para él. Los estudiantes se siguen portando mal pero no es una presión tan fuerte como la del joven matón.
Con estos agradables pensamientos, no muy habituales en él desde que cayó en depresión, se dirigía a la sala de profesores con la intención de saber si podía hablar con el resto del personal docente sobre los sospechosos. Pero tan seguro y tranquilo iba que le pilló por sorpresa cuando alguien desde la sombra le disparó iluminando las paredes de color verde.
Tremal percibió en seguida un calor impactando en su pecho y un mareo repentino haciendo que la cabeza le diese vueltas. Era una sensación increíblemente extraña, jamás pensó que recibir un balazo fuese así, algo tan poco… ¿doloroso?
Tardó un rato en salir de su aturdimiento pero cuando abrió los ojos notó que algo iba mal, todo era mucho más grande. Parpadeó varias veces con incredulidad, no entendía nada. ¿A lo mejor estaba muerto y no lo sabía?
Pero no, los muertos no veían y tampoco caminaban. Fijándose con más atención, observó que la maceta del pasillo era mil veces su tamaño, los dibujos de la moqueta eran bastante más grandes de lo que recordaba y mirando hacia arriba, el techo parecía increíblemente lejano. La simple idea le provocaba un nudo en el estómago pero no había otra posibilidad: alguien le había encogido al tamaño de un diminuto ratoncillo.
Caminó por el pasillo con el objetivo de encontrar a alguien que le pudiese ayudar pero eso parecía desierto. O al menos hasta que escuchó un maullido detrás de él. Un gato enorme le observaba mientras se relamía, estaba claro que tenía un aspecto apetecible para el felino. Aunque las mascotas por lo general no se permitían en el internado, todavía quedaba algún que otro gato del genio al que se le ocurrió matar así a la estudiante Lauerys.
Echó a correr como alma que llevaba al diablo, saltó, esquivó, se escondió…
Parecía que lo había despistado después de esconderse debajo de la puerta de la cocina. Aunque el animal no la podía sortear, aún estaba asustado y trepó por los muebles hasta conseguir llegar a la encimera. Resultó bastante sencillo porque unos cajones abiertos le sirvieron de escalera. Desde arriba tenía una vista privilegiada de toda la habitación pero no había nadie con quien comunicarse.
- ¡Gato! ¿qué haces aquí?
La cocinera del internado había entrado por la puerta dejando también entrar al gato, que le localizó al instante, y le observaba con una mirada hambrienta.
Muerto del miedo, Tremal volvió a correr sin esperar a ver cómo el animal saltaba hacia él. El profesor se lanzó de cabeza dentro de un bol sin saber si había algo dentro pero pronto descubrió que estaba bañándose en leche con cereales. Era asombroso el daño que podía hacer cada pequeño trozo. Por curiosidad le dio un mordisquito a uno, eran Frosties, de sus favoritos.
- ¡Fuera! ¡Vete bicho! –escuchó decir a la cocinera a pesar de que se había ocultado debajo de uno de los copos de maíz.
Con alivio se dio cuenta de que la mujer había echado al minino que pretendía convertirle en su comida.
De repente, siente que algo le da fuertemente en las piernas, pierde el equilibrio y le elevan en el aire.
La cocinera iba a seguir comiéndose su bol de cereales pero no se había percatado de la presencia del hombre en su cuchara. “No, ¡no me comas! Estoy aquí abajo.” Intentó decir pero se había atragantado con la leche y la voz que le salía era terriblemente baja y aguda.
No había marcha atrás, la mujer no le había oído y se lo llevó a la boca.
Tremal Naik murió a mordiscos y terminó en el estómago de la cocinera. Nunca más se supo de él pero al lado de la pistola reductora había una nota que decía: "La vendetta es un plato que se sirve en un bol de cereales frío".


Número X. Efímero despertar

Máster: Gerold Dayne
Asesino: Cerandal
Víctima: Oberyn Sabat
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Oberyn abrió los ojos de repente. Un trueno sacudió el suelo. Los gritos de sus hombres resonaban por toda la torre, una sinfonía de victoria en sus oídos. La habían tomado. Tras una larga batalla habían conseguido derrotar a la primera guardia de soldados y obligadores del Lord Legislador.
El rugido victorioso fue sustituido por los pasos mansos del nuevo Lord Venture. Oberyn se adelantó, sorteando los cuerpos de los obligadores que habían caído contra sus fuerzas, y se giró ante su ejército.
—Os preguntaréis por qué estamos aquí. Si me hubieseis formulado esta pregunta esta mañana no sabría qué responderos. Pero ahora lo sé. —Oberyn se apoyó en el bastón de madera—. Las fuerzas del Lord Legislador están muy ocupadas con la guerra declarada entre los nobles, aunque no se inmiscuyen, nos vigilan. Han dejado descubiertos los cuarteles de soldados, las murallas de la ciudad, los Cantones, hasta el mismísimo palacio donde nos encontramos. Sólo prestan atención a nuestras fortalezas, a las rebeliones de skaa. Todo ha sido planeado y hoy se me ha presentado la oportunidad de cambiar el mundo en el que habitamos de una vez por todas. La tiranía impuesta por el Lord Legislador hoy va a llegar a su fin. Tras mil años, los skaa y los nobles podremos ser uno solo. Dejaremos de lado nuestras diferencias y conviviremos como lo que somos: iguales.
El ejército, compuesto en su mayoría por hombres skaa, vitoreó cada palabra. La débil sonrisa de Oberyn se ensanchó. Por fin su sueño estaba más cerca. Theon estaría orgulloso de él.
Sadsmile y Nevski habían prometido unir sus fuerzas y atacar desde otros flancos Kredik Shaw. Los Elariel y los Hasting no habían ofrecido su ayuda, pero Oberyn estaba seguro de que en cuanto viesen que las primeras torres del palacio eran tomadas, querrían su porción de éxito. Las demás casas estaban demasiado debilitadas; además, la guerra entre ellas continuaba y recelaban de la idea.
—¡Inquisidores! —gritó un soldado señalando a una de las puertas que daban a uno de los famosos puentes colgantes del palacio.
En el umbral se hallaban cuatro inquisidores sonriendo lascivamente. Los clavos que tenían por ojos refulgían ansiosos. Oberyn no los esperaba tan pronto, pero contaba con que tendría que enfrentarse a ellos. Un escalofrío lo invadió. Sacó un vial con todos los metales y lo ingirió.
Los violentos de su ejército dieron un paso adelante, detrás de ellos se colocaron los lanzamonedas y los atraedores. Decenas de monedas volaron hacia los inquisidores mientras los violentos avanzaban con sus bastones en alto. Los inquisidores se abalanzaron sobre ellos.
Las monedas, avivadas por los brumosos de acero, atravesaban los cuerpos de los inquisidores, pero apenas podían ralentizarlos. Una vez que los traspasaban, los atraedores tiraban de ellas, volviendo y golpeando a los inquisidores en la espalda. La lluvia de monedas acaecida se asemejaba a un torrente de agua desbocada. Un inquisidor cayó al suelo.
«Funciona», pensó Oberyn, eufórico. Era el momento. Era su momento.
Oberyn quemó acero y se impulsó hacia arriba, esquivando monedas perdidas, y subiendo los piso de la torre por el amplio hueco circular de las escaleras. Cuando llegó al último, planeó quemando hierro hasta posarse sobre el suelo. Se dirigió a la primera puerta que vio.
Desde allí podía ver todo Luthadel. Los copos de ceniza caían en parsimonia con la espesa bruma. En el horizonte veía las luces de las grandes fortalezas, aún seguían combatiendo entre ellas. Miró al frente. Las mil torres de Kredik Shaw, asemejándose a cuchillos hendiéndose en el cielo, desgarrándolo. Varias de ellas estaban iluminadas y, quemando estaño, podía oír la lucha encarnizada que habitaba en su interior. Sadsmile y Nevski habían cumplido su palabra. Mientras sus hombres distraían a los inquisidores, el Lord Legislador estaría solo en la sala del trono. Solo.
Gerold le había dicho aquella misma mañana que esperase a que las fuerzas del Lord Legislador estuvieras dispersas y más debilitadas por todo el Imperio Final, que aún era pronto. Pero se equivoca, claro que se equivocaba. Aquella era la noche, cuando aún los nobles tenían suficiente poder para rivalizar con el tirano.
Oberyn quemó hierro. Entre las numerosas fuentes de metal que surgieron ante sus ojos, escogió la que pertenecía a la cúpula de la torre central, la que albergaba el salón del trono. Su objetivo. Voló entre la bruma.
Se estrelló contra la ventana que daba a la sala donde debía estar el Lord Legislador, rompiéndola en miles de pedazos, cayendo sobre el suelo de la estancia. Seis personas permanecían allí de pie. Cinco eran obligadores. Pero el último no era el Lord Legislador.
—¿Tú? —preguntó Oberyn extrañado.
—Oberyn Venture —respondió, frívolo—. No me esperaba este ataque de ti. Sabíamos que tramabas algo, pero jamás sospechábamos que tendrías el valor de ser capaz de alzarte en armas.
Oberyn quemó bronce y peltre. Dos de ellos estaban quemando peltre, otros dos acero. El otro nada. Cuando intentó sentir los pulsos alománticos del último de ellos, una nube de cobre inundó la sala. «Espero que no sea un nacido». Sería difícil luchar contra todos. Echó a correr hacia ellos, esquivando a un obligador que blandió su bastón de duelo contra él. Descargó su bastón contra uno; un aullido de dolor surgió del obligador al escuchar el crujido de varias costillas.
«Un lanzamonedas menos».
Oberyn quemó acero. Las monedas que lanzaron sobre él las detuvo y las devolvió, chocando contra los escudos de madera que habían alzado los obligadores violentos. Oberyn quemó hierro y atrajo de nuevo las monedas hacia su mano. El otro lanzamonedas las impulsó, pero su poder era nimio comparado con el del joven Venture. Contrarrestó el empujón de acero de su adversario y el lanzó más fuerte. Las monedas volvieron a chocar contra los escudos de madera.
Oberyn quemó hierro y se impulsó contra el techo metálico de la cúpula; nada más subir pocos metros, dejó de avivarlo y quemó acero, cayendo entre los dos violentos, originando una onda expansiva entre sus rivales, tambaleándolos. Una moneda salió de su mano, atravesando la cabeza de uno de los violentos.
«Un violento menos».
Con la mano que tenía libre, golpeó al ahumador. Éste, sin resistencia, se desmoronó sobre el suelo.
«Adiós ahumador».
El lanzamonedas empujó una moneda; Oberyn quemó hierro, la esquivó, y volvió a elevarse en la cúpula, chocando contra el techo. El lanzamonedas le lanzó otra, pero Oberyn, quemando hierro y acero se la devolvió. Al estar sujeto al techo, la fuerza del empuje la sufrió el lanzamonedas rival, que salió volando por una de las ventanas de la sala.
«Sólo me queda uno».
Oberyn quemó peltre y cayó sobre el violento. Desenfundó su daga de obsidiana y la hincó varias veces en el cuello del obligador. Éste apenas pudo defenderse pese a quemar peltre.
Oberyn se irguió, delante del último, y se atusó el chaleco.
—Sólo quedas tú —dijo Oberyn, orgulloso de su hazaña—. ¿Dónde está el Lord Legislador?
—Te equivocas, Venture —respondió el hombre que tenía delante—. No deberías ser tan descuidado.
Una mano oprimió el cuello de Oberyn, alzándole unos metros del suelo. El joven Venture quemó peltre intentando evadirse, pero la tenaza era demasiado poderosa. Un inquisidor. El hombre que tenía enfrente hurgó en su cinturón y sacó una daga de obsidiana.
—Tú y tus sueños. ¿Un imperio humano unificado? Siento discrepar contigo, pero eso nunca ocurrirá.
La daga se clavó en su vientre repetidas veces. El arma parecía tener vida propia, como si alguien estuviese encendiendo aún más el poder asesino de su rival. El inquisidor liberó el cuello del joven Venture que cayó en el suelo salpicando todo de sangre.
Las brumas entraron por la ventana y se posaron encima del cuerpo inerte de Oberyn, invitándole a danzar esa noche con ellas.


Número X. Inquisidor vs Nacido

Máster: Gerold Dayne
Asesino: Lady Val
Víctima: Aleksandr Nevski
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Llamas refulgentes resplandecían en las minas de Hathsin. La noche había caído cuando los Tekiel y los Urbain habían alcanzado las primeras lindes de la cantera. Habían conseguido camuflarse a tiempo. Los koloss habían llegado después. Una marea azul de violencia se había desatado cuando los pocos brumosos de los nobles había intentado defender las entradas de los Pozos. Los alománticos retrocedieron, según el plan, y el suelo ardió. La bruma se apartó en espiral, como un tornado, y en el centro de la cantera embadurnado de miles de litros de aceite ardieron. Los koloss aullaron de dolor, pero el horror no se detenía; todo el ejército sucumbió al fuego.
—Alek —dijo Gerold, observando la masacre en la distancia—, te necesito. Mi ejército de nacidos necesita un líder cuando tomen la ciudad. Quería que Oberyn lo fuera, pero fue demasiado incauto y ansioso. En cambio tú eres más reflexivo y paciente que él. Necesito algo de cordura.
Alek asintió.
—El Lord Legislador piensa que ha aplacado la rebelión. Cree que habiendo derrotado a los nobles nos ha vencido, pero se equivoca —continuó Gerold—. Yo tengo el atium y un ejército de nacidos que verá el futuro cuando nos enfrentemos a él. No podrán tocarlos. Los koloss que protegían la ciudad ya no nos impedirán entrar. Además, no sabrá que caeremos por sorpresa. Aun así todavía tenemos un problema que solventar antes de marchar sobre Luthadel.
—Buvidas —respondió Alek frunciendo el ceño.
—Ella y sus hombres no han entrado en la trampa. Es demasiado astuta. Debería estar oculta en la bruma, tras los Pozos.
—Déjamela a mí.
—Como quieras — contestó Gerold dubitativo.
Alek quemó hierro y acero y despegó de la colina baldía en la que se hallaba. Cruzó el cielo por encima de las minas. Avivó bronce, buscando algún alomántico que le indicara dónde podía estar Sansalayne. Lo único que notó fue una leve oscilación del aire detrás de él. Le seguían. A la velocidad a la que iba era imposible que fuera un lanzamonedas ni mucho menos un atraedor. Debía ser otro nacido. Quizá Gerold quemando cobre para que nadie le descubriese.
Alek sintió un fuerte golpe en su espalda que le lanzó contra el suelo. Alguien le empujaba con metal. Alek quemó acero y lanzó una moneda en algún lugar vacío entre las llamas. Se dejó caer, disminuyendo la velocidad como pudo.
Aterrizó de rodillas, intentando evitar daño, en un pequeño círculo de tierra. El aire era sofocante mientras cientos de llamaradas a su alrededor chisporroteaban y ahogaban los gritos de dolor de los koloss.
A su lado aterrizó con delicadeza un ser encapuchado.
—Urbain —dijo la criatura mientras se quitaba la capucha. Dos clavos resplandecieron en el lugar donde debían estar sus ojos.
—Un inquisidor.
—Por fin un reto interesante —dijo el inquisidor, arrogante.
Alek quemó peltre en su interior y desenvainó un bastón metálico.
—Proceda, caballero —dijo el nacido mientras sonreía desafiante.
El inquisidor saltó sobre él empuñando una daga de obsidiana. Alek se impulsó hacia un lado, usando el cuerpo de un koloss como anclaje y golpeó el brazo del inquisidor mientras se evadía. Éste profirió un leve gemido de dolor y gozo. El joven Urbain frenó empujando acero contra un koloss incinerado y se impulsó con hierro. Sacudió el costado del inquisidor que trastabilló y cayó derribado sobre el fuego.
La criatura chilló de dolor mientras se despojaba de la túnica en llamas y volvía a internarse dentro del círculo. Alek jadeó, quemando aún más peltre y se arrojó sobre él aferrando el bastón con más fuerza que antes, mientras lo empujaba con acero para que el golpe duplicase fuerza y velocidad. Sacudió al inquisidor en el brazo que portaba la daga, que salió volando y perdiéndose entre el fuego. El inquisidor giró en el aire y se asió al nacido para evitar salir lanzado del golpe.
Notó el aliento de la criatura mientras una sonrisa sádica brotaba entre sus labios. El rostro del inquisidor estaba a escasas pulgadas del suyo cuando percibió como una daga le atravesaba el vientre varias veces. Alek quemó peltre y se aferró al cuello de la criatura con su dos manos. Estranguló con todo el poder que tenía mientras la fuerza con la que se insertaba la daga en su vientre disminuía.
Alek tiró de algunos espadones de los koloss que volaron hacia él, incrustándose en la espalda del inquisidor y atravesándolo y sobresaliendo varias pulgadas por el pecho. Éste se tambaleó.
—No puedes vencerme, Urbain. —Río cruel el inquisidor.
La criatura tomó por los brazos que aún seguían ahorcándole y echándose hacia delante clavó las espadas incrustadas en su pecho en el de Alek. Ambos, ensartados por los mismos espadones, cayeron entre las llamas mientras éstas los devoraban.
—No puedes matarme, Urbain —susurró el inquisidor echándose hacia atrás y liberándose de los espadones koloss. Tres cavidades enormes se encontraban en su pecho. La bruma apagó las llamas de su cuerpo mientras cruzaba el aire dejando atrás el cuerpo sin vida de Alek.


Número X. Matanza en Tar Valon

Máster: Cerandal
Asesinos: Muchos
Víctimas: Muchas
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Las nubes se arremolinaban en torno a la Torre, teñidas con la luz rojiza del atardecer, como un terrible presagio. El Monte Dragón se alzaba ante la ciudad de Tar Valon, recordaba a un colmillo negro y afilado que se clavara en ellas.
Se reunieron en el patio, frente a la tarima aún manchada con la sangre de los que habían sido ejecutados anteriormente. Esta vez no se trataba de algo oficial, organizado, aprobado por la Antecámara o la Amyrlin. Esta vez era una cuestión visceral. Más de una mirada brillaba llena de odio o desprecio, reflejando la luz carmesí.
—¿Y bien? —preguntó Sansalayne, arqueando una ceja mientras los recién llegados la rodeaban—. ¿De qué va todo esto?
—Tienes mucho que explicar —replicó Nalibia en tono cortante, con los ojos aún enrojecidos—. Por Antares, por Nevski… puede que incluso por Kerensky. ¿Era parte del plan que él muriera? ¿O sólo un accidente?
NUE posó una mano sobre la empuñadura de la espada.
—Cuidado con lo que dices. —Su voz era casi un gruñido. Symon y Theon reaccionaron de forma similar, en tensión, aunque un gesto suave de Nica les contuvo enseguida.
—Tenemos serias sospechas —explicó la Aes Sedai con calma, aunque Sansalayne pudo ver el brillo en torno a ella en cuanto empezó a aferrar el Poder Único—. Sospechas acerca de tu… lealtad a la Torre Blanca.
—Sólo hay una forma de averiguarlo, ¿no? —añadió Eleuve, rodeada por sus tres Guardianes.
Asha, que se encontraba hablando con Sansalayne cuando los demás aparecieron y hasta entonces había permanecido al margen, se adelantó y carraspeó.
—Tal vez deberíamos esperar a la Amyrlin antes de hacer alguna tontería. Sería algo sin precedente en la Torre que…
—Guarda silencio —cortó Eleuve—. Esto es un problema dentro del Ajah Verde, y será el Ajah el que se ocupe de resolverlo. No nos molestes, he dicho.
Tensa, con los puños apretados hasta que los nudillos quedaron blancos, Sansalayne alzó la mirada con gesto desafiante.
—No sé qué clase de juego es este —siseó—. Teníamos un trato. Las… las cosas están… —Su vista se nubló, se llevó por un momento la mano a la cabeza antes de recuperar la compostura. Eleuve esbozó una sonrisita—. Si todo sale… Como… Nos habíamos librado de ese estúpido de Nod, y estábamos matándolos a todos, lentamente, esas eran las órdenes…
—Es una traidora y ha confesado —indicó Eleuve—. Acaba con esto, Gerold.
El Guardián se movió como un relámpago, la espada centelleando como una estrella fugaz. NUE trastabilló, tambaleándose, como si hubiera sido él a quien hiriera el acero. Pero fue Sansalayne la que se llevó los dedos al estómago, la sangre escurriéndose entre ellos, manchando el vestido verde.
—Me prometisteis…
—Los planes han cambiado.
El brillo del saidar envolvió a Nica, un aura de luz radiante y cegadora. El escudo, invisible salvo para el resto de Aes Sedai, se abatió violentamente en torno a Eleuve, separándola de la Fuente.
—No me tomes por una Novicia, Eleuve —advirtió—. Sé reconocer algo tan terrible como la compulsión cuando la veo. Cómo lo has hecho sin que pudiéramos verte encauzar, eso no lo comprendo, pero ahora ha terminado. No puedes romper mi bloqueo, eso lo sabes. Diles que tiren las espadas y no pasará nada.
Ella se echó a reír por toda respuesta. Sus Guardianes titubearon, aguardando confusos una orden.
—El nombre de Aes Sedai os queda demasiado grande —dijo en tono burlón, saboreando las palabras—. No podría romper tu bloqueo, eso es cierto. Siempre que no estuviera encauzando antes de que intentaras escudarme.
El Poder Verdadero fluyó a través de ella, se materializó en la forma de un brutal golpe de viento que, como el puñetazo de un gigante, lanzó a Nica por los aires, derribándola y haciendo que rodara desmadejada varios metros.
—Matadlos a todos.
Las espadas de Theon y Tremal chocaron violentamente con el chirrido del metal contra el metal. En cuanto Svg2191 se movió hacia delante, acero en mano, Gerold miró de reojo a la Aes Sedai.
—¿También ellas, mi señora? —murmuró.
—Las órdenes han cambiado —explicó ella con desdén—. Han visto demasiado, y en las que podemos confiar son un estorbo… Que no quede nadie vivo. Y que reine el Señor del Caos.
El Guardián asintió y se acercó con zancadas largas a Nica, que intentaba incorporarse en ese momento, tosiendo. Colocó la punta de la espada entre sus hombros y volvió a empujarla hacia abajo.
Theon rugió, dejándose llevar por la rabia; su oponente se echó a un lado, esquivando la estocada, y lanzó un corte rápido con el que le arrancó limpiamente la mano de la espada.
—Traidores por todas partes —dijo Eleuve en voz alta—. Si la Antecámara no puede poner orden en la Torre, entonces tendremos que…
Bajó la mirada, confundida. Una esquirla plateada había brotado de pronto de su pecho, como una espina, y empezaba a teñirse de rojo.
—Se acabó —jadeó NUE a su espalda. La sangre le corría por la barbilla y las manos le temblaban, al borde del colapso, pero había conseguido reunir sus últimas fuerzas para lanzar un último golpe.
Eleuve estalló en carcajadas histéricas. Trató de encauzar, pero el Poder se le escurría entre los dedos, el dolor le impedía asir el saidar correctamente. Buscó el Poder Verdadero, pero se negaba a acudir.
—¿Ahora me abandonáis, Padre de las Mentiras? —se quejó con un gemido agónico, cayendo de rodillas—. ¿Después de todo? Caer… de esta forma… a manos de unos estúpidos… niños que… ni siquiera…
Se desplomó sobre un charco de su propia sangre. Theon yacía ya sin vida, aunque su cuerpo se convulsionaba de tanto en tanto; Tremal había hincado una rodilla en el suelo, apoyándose en la espada y aferrándose el pecho con la otra mano, a la altura del corazón; un enloquecido Svg2191 se lanzó contra Asha, que trataba de alejarse con todo el disimulo posible. El pánico impidió que la mujer asiera la Fuente a tiempo de evitar que el Guardián la acuchillara una y otra vez. Nalibia se encontraba de rodillas sobre la hierba, con las manos a ambos lados de la cabeza. Gritando.
—¡Basta!
La voz de Madelaf, amplificada por el Poder, resonó en los jardines. Era ya demasiado tarde, sin embargo; salvo Nalibia y Symon, no quedaba nadie con vida en aquella siniestra reunión. El Guardián se encontraba junto al cuerpo sin vida de Nica, acariciando con dulzura el pelo de la Aes Sedai. Al escuchar a la Amyrlin, levantó la vista; en sus ojos no quedaba nada más que rabia y muerte. Se arrojó contra ella, descargando toda su fuerza en un golpe brutal que Mr Lannister detuvo en el último instante.
—Basta, he dicho —repitió ella, pillada por sorpresa, envolviéndose demasiado tarde en la luz cálida del saidar. Su Guardián y Symon bailaban, una figura tras otra; La Grulla Extiende las Alas siguió a La Luna Alzándose Sobre las Aguas, giro tras giro, finta tras estocada, hasta que Mr Lannister logró aprovechar una abertura y hundir su espada en el estómago de su rival.
—Podrías haber vivido de no ser un idiota —gruñó. Symon sonrió, cansado, y le tomó por la muñeca, echándose hacia delante, clavando aún más la hoja en su vientre.
—El deber es más pesado que una montaña —susurró antes de apuñalar a Mr Lannister en el cuello con un puñal y de dejarse llevar, por fin—. La muerte es más liviana que una pluma.


Número X. Torridez en las duchas

Máster: Sansalayne
Asesinos: Linchamiento y Loboct
Víctimas: Symon y Loboct
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Había pasado una semana más. Un interrogatorio más, y seguían sin saber qué había pasado con Antares. Lo que sí era seguro era que él había acabado con Eleuve y con el Abuelo. Pero nadie sabía ni entendía por qué.
Loboct se dirigía a casa por la mañana, después de hacer el turno de noche, cuando se dio cuenta de que había dejado sus llaves en el trabajo, y que Madelaf, que había entrado hacía una hora al trabajo, no volvería hasta mucho más tarde. Resignado, emprendió el camino de vuelta a S&S, silbando “Can’t get my eyes off of you”.
Cuando llegó vio el movimiento diario y reparó en que Madelaf no estaba en su puesto. Se dirigió a su taquilla a buscar las llaves. Cuando entró al vestuario, escuchó ruidos en las duchas, lo que le llamó la atención, pues los del turno de noche se habían ido hacía rato y a esas horas no debería haber nadie por allí. Entró en el baño y se percató de que había dos personas en una de las cabinas de ducha y ropa revuelta en el suelo. Escuchó algunas risas y dos voces muy conocidas. Miró la ropa y entre ella vio la blusa de Gucci que había regalado a su mujer pocos días antes. Encolerizado abrió la mampara y vio a Symon y a Madelaf abrazados bajo el agua.
Symon se puso blanco, mientras Madelaf lo miraba con frialdad e ironía: “¿Qué esperabas, cielo? ¿Qué aguantase tus devaneos con media empresa, los rumores, los descaros y no hiciese nada?”
“Yo…” balbuceó Loboct – “yo nunca te engañé”. Symon estaba vistiéndose a toda prisa. Por las mejillas de Loboct, enrojecidas por la cólera, corrían lágrimas.
Entonces todo sucedió de golpe. Empujó a Madelaf a un lado, se abalanzó sobre Symon y lo cogió por el cuello. Y apretó.
Y apretó.
Y apretó.
Madelaf gritaba mientras se cubría con una toalla.
Cuando el resto de la plantilla acudió, encontraron el cuerpo inerte, mojado y semidesnudo de Symon en el suelo.
Loboct lloraba. “Él lo ha matado” dijo Madelaf “él los ha matado a todos, seguro que ha sido él”. Sin pensarlo, esta vez fue Madelaf quien se abalanzó sobre él y empezó a golpearlo. Los demás miraban estupefactos y se acercaron poco a poco. Loboct se levantó y dio un puñetazo al espejo. Cogió uno de los cristales y amenazó a sus compañeros, a los amigos que tanto habían compartido con él:
“Yo no quería matarlo… yo…”. Miró a Madelaf, volvió al cabeza hacia Oberyn, que siempre lo había ayudado y sin pensarlo más, se abrió a sí mismo la garganta.
No había nada que hacer. Loboct se había ido.


Top 10 Cutremuertes

Número X.

Máster:
Asesina:
Víctima:
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